14 May

Colaboraciones experimentales (O una primavera-verano de cacharreos de la experticia)

Sinergia de negrescolor

 

 

 

 

 

 

 

 

Una continuación del post de Adolfo Estalella: “Colaboraciones experimentales (o ‘mira quién baila’)

Llevo un tiempo dándole vueltas a cómo convertir lo que me está pasando como etnógrafo en una pregunta que sea de interés para otras personas. Digamos que la pregunta que resume mis inquietudes pudiera ser algo así como:  ¿Cómo sería una investigación en o, mejor, con una “comunidad epistémica experimental”?

He venido utilizando este término un poco feo y grandilocuente en algunos contextos como este post del blog Fuera de Clase para dar cuenta de algunos espacios epistémicos experimentales post-15M que creo pudieran caracterizarse por ser:

Experimentales, porque la construcción colectiva del conocimiento tiene un carácter “experiencial”, encarnado o basado en lo que nos afecta; pero también experimentales por el afán de experimentación con el qué y cómo podemos pensar, por su estatuto “experimental” y frágil, su carácter en abierto, no constreñido por límites disciplinares o institucionales, prestando atención a esos efectos no previstos que se nos aparecen al montar situaciones que nos interpelan, que crean verdaderos acontecimientos epistémicos colectivos: articulando mecanismos y medios para dotarnos del “poder de hablar de otra manera” (por usar la noción de experimento empleada por la filósofa de la ciencia Isabelle Stengers); experimentales, en fin, porque a través de ellas nos convertimos en “sujetos experimentales” con y sobre los que se prueba, pero no tanto al modo salvaje de ciertas prácticas de laboratorio al estilo Mengele o de las prácticas económicas neoliberales del shock, sino que quizá a través de ellas podamos aspirar a ser una suerte de “cobayas auto-gestionadas” (cuyo caso quizá más claro lo han venido mostrando diferentes trabajos sobre los movimientos de pacientes con SIDA o el activismo trans), ensayando en nuestras carnes las posibilidades y límites de nuevos formatos colectivos y más liberadores de pensar y hacer.

Y en ese contexto creo que no hay modo interesante, ni ética ni epistémicamente relevante de pensar en hacer trabajo de campo con este tipo de comunidades de “cobayas auto-gestionadas” (de las que los académicos también estamos crecientemente empezando a formar parte), que planteando la necesidad de experimentar los contornos de una etnografía colaborativa, o de colaborar en experimentos etnográficos (un tema al que le vengo dando bastantes vueltas junto a Adolfo Estalella).

 

Más aún desde que, hace ya casi dos años, empecé a colaborar y ayudar a dar forma al proyecto “En torno a la silla”. Lo que en un inicio se planteó como una investigación etnográfica al uso ha acabado siendo un dispositivo experimental  (Candea, 2013) para el trabajo de campo colaborativo, aquel que se da cuando los métodos y las preguntas están redistribuidos y hay que empezar a pensarlos como prototipos de otra investigación posible.

Porque esto de investigar junto con las “cobayas auto-gestionadas” –aquellas que se han empoderado fundando un saber sobre sí desde sí, intentando llevar a cabo algo así como una “revolución de los cuerpos, en los cuerpos, por los cuerpos…”, pero también entrando en otras relaciones con otros– obliga a quien hace trabajo de campo (a veces de un modo más o menos confrontacional) a re-situarse; no hay otro modo de aportar que no sea “en común”, porque su “nada sobre si nosotros sin nosotros” te re-coloca desde el principio en otro sitio; te obliga a que lo que ahí puedas o quieras producir asuma que eso que quieres investigar tiene que tener sentido en su forma y contenido, en su pregunta y en su fondo en relación a ese “en común” (nunca sólo “para ti”). Porque están hartos de ser cobayas de probeta o de que les miren como freaks de feria… y han pasado a morder a quienes les tratan así. Y sólo conciben, con toda la razón, que cualquier cosa que se diga tenga que pasar por un acercamiento a su forma de vida, desde la cercanía con ellxs. Y, por tanto, algo parecido a un trabajo de campo al uso tiene que plantearse en un contexto en el que mucha de esa gente tiene ya sus interpretaciones, sus creaciones conceptuales, sus formatos de trabajo; un trabajo de creación epistémica que hay que vindicar o valorar, porque se trata de un espacio investigador análogo al académico; quizá no igual, quizá no idéntico, pero que nos convoca a que practiquemos una tecnología de la humildad –como las llama Jasanoff– frente a la razón tecnocrática que tanto ignora

Hay una creciente necesidad […] de lo que pudiéramos llamar ‘tecnologías de la humildad’. Éstas son métodos, o mejor, hábitos de pensamiento institucionalizados que intentan hacerse cargo de los precarios límites del entendimiento humano –lo desconocido, lo incierto, lo ambiguo, lo incontrolable-. Al reconocer los límites de la predicción y el control, las tecnologías de la humildad confrontan ‘frontalmente’ las implicaciones normativas de nuestra falta de predicción perfecta. Requieren de habilidades expertas y de formatos de relación entre los expertos, los que toman las decisiones y la opinión pública, diferentes de los que se consideraban necesarios en las estructuras de gobierno de la alta modernidad. Implican no sólo la necesidad de mecanismos de participación, sino también de una atmósfera intelectual en la que los ciudadanos sean alentados a poner en funcionamiento sus conocimientos y habilidades para la resolución de los problemas comunes (Jassanoff, 2003: p.227; traducción propia)

Es decir, investigar en este tipo de entornos requiere claramente de algo así como un “cacharreo de las experticias”. Dejadme que explique esta idea a partir de lo que ha venido siendo mi vida colaborativa/experimental en los últimos dos años…

En “En torno a la silla” comenzamos un experimento vinculado con el diseño colaborativo, incitados por el Medialab-Prado y su convocatoria y espoleados por una necesidad afectiva: situarnos en torno a una silla de ruedas como lugar de reflexión y de acción; quizá no una silla cualquiera, aunque su potencia era que se trataba de la silla de un cualquiera, de otro cualquiera como nosotras. Pero de unos cualquiera que no tenían necesidades ni relaciones cualquiera, sino que necesitaban ser capaces de dotarse de otros entornos, de hacer juntas otras distribuciones de espacios, otros diseños de aparatos y máquinas que permitieran que nuestras relaciones de amistad no se cancelaran, sino que pudieran crecer, incorporando a otras, haciendo entornos desde la diversidad (funcional). Una producción de un entorno diverso para que nuestro entorno fuera más rico, más denso, más poblado por la diversidad… para que pudiera llenarse de otras, con su singularidad y su diferencia, con sus cuerpos que se mueven, sienten y piensan así o asá, que se sientan de este o ese modo, que leen de esta o aquella manera. ¿Cómo meterle mano a un entorno que nos hiciera más autónomas, pero a la vez más conectadas, que favoreciera la relación con la diversidad? De ahí la necesidad de pensar en ponerse a cacharrear con los productos de apoyo como interfaz de relación, como nexo de unión y no sólo de normalización o rehabilitación. Pero también como interfaz epistémica, como interfaz de producción de conocimiento…

Cacharrear te hace sentir que quizá tú también puedas intervenir en el curso de las cosas, aunque sea precariamente o desde una posición lateral: cacharrear para meter mano en cómo las cosas se dis-ponen y pre-disponen, para cambiar en qué modelos de cuerpos y relaciones se piensa únicamente para traer a la existencia ciertos modelos de cacharros y para abrir, por tanto, la caja de Pandora de qué cuerpos quedan dentro y fuera del foco a la hora de pensar entornos. Cacharrear no necesariamente quiere decir hacerlo bien, aunque se intente. Habrá formas de hacerlo mejor y peor, aunque quizá necesitemos pensar que mejor querrá decir “acoger la singularidad” dentro de un proceso de diseño y no necesariamente que el diseñador o el usuario tengan razón o quedar sometidos a las imposiciones y restricciones que nos imponen los materiales. Pero desde luego quiere decir que queremos tomar parte de un universo de cosas que hemos delegado quizá hasta la nausea, cuando esas cosas, esas disposiciones de cuerpos y elementos, esas predisposiciones de entornos son el modo en que podemos ser-con-otras… Cacharrear es decir “quiero un mundo más a medida”, un mundo hecho “tó tuyo”, con otras y para vivir mejor con otras.

Teníamos muy claro que cacharrear y meterle mano a esa silla de ruedas a través de nuestro pequeño “kit” era una continuidad de la amistad, de la exploración de un lazo común forjándose y nutriéndose a cada paso, uniendo de dónde venía cada quién: un grupo heterogéneo compuesto por activistas de la vida independiente, una arquitecta, manitas y etnógrafos-documentalistas; un grupo para el que cacharrear se convirtió en algo así como una reivindicación experimental de otro modo de re-conectarnos con el mundo y de intervenirlo, de pensarlo desde su diversidad más radical.

Había ilusión en ese cacharrear, era y es empoderador y vivificante. Descubrimos que cacharrear le lleva a una a pensar en mil opciones no planteadas, desde cómo poner una tuerca a dónde conseguir qué materiales, desde qué necesidades tiene qué cuerpo hasta cómo poder explicar eso, narrar eso, convertirlo en una posición política a partir de textos e imágenes del proceso o intervenciones…

Cacharrear ha sido para nosotras un lugar increíble para explorar nuestros límites y vulnerabilidades, así como los del mundo con el que nos vinculábamos. Después de un año fuimos dándonos cuenta, sin embargo, de que el proceso de ponerse a hacer tenía dificultades y problemas. Y se nos hizo necesario encontrar una manera de balbucear, de tartamudear y comenzar a enunciar lo que nos pasaba. El blog del que nos habíamos dotado para documentar el proceso de creación de nuestros cacharros y para compartir algunas reflexiones, donde comenzar a balbucear y dotar de significado a las propias prácticas generadas o las situaciones producidas. En nuestro hacer humilde sentíamos que habíamos topado con uno de los corazones de la bestia: la maquinaria que mueve la gigantesca industria de las “tecnologías de la discapacidad”.

Pero el espacio “en torno…” no era sólo un mero lugar, no era sólo un entorno. También era una posición o, mejor, una disposición a ponernos a pensar sobre lo que implicaban esas cosas en las que nos estábamos metiendo. Por eso creo que “En torno a la silla” empezó a ser desde muy pronto también un lugar de producción de conocimiento, una interfaz epistémica colaborativa. Un espacio para pensar sobre lo que estábamos haciendo. De esto iba, sin que lo supiéramos bien, lo que habíamos estado haciendo en el blog. Habíamos empezado con la idea un poco loca de documentar ese proceso como proceso, es decir, como algo que podía crecer. No había intención de colocar las cosas como se pincha una mariposa en un corcho. Documentar no era un fin, era un modo de ayudarnos a pensar o, mejor, a balbucear, a la vez que era un intento de no olvidar, de dar cuenta del torrente de cosas en el que habíamos entrado algunas, un lugar para darle vueltas a cómo nace o crece un diseño, sus problemas, sus diatribas

Pero el blog no era suficiente, porque nos ha sido siempre muy costoso establecer la conexión fecunda que existe entre “diseño libre”, “diversidad funcional” y “empoderamiento”. Necesitábamos poder experimentar otros modos de narrar aquello con lo que nos habíamos estado vinculando. En este último año, acuciadas por la precariedad económica y la falta de medios para prototipar, hemos estado dándole muchas vueltas a la gran cantidad de cosas que se entrecruzan, que limitan y que circunscriben qué podemos hacer. Necesitábamos ponerlas en claro y nos llegó el momento de sentarnos “en torno a la silla”, no sólo como un lugar de acción y cacharreo, sino como lugar de reflexión.

En el último año hemos estado pensando en traducir la pasión por el hacer en una reflexión sobre sus condiciones a través de un documental interactivo (o webdoc) que nos ayudara a darle vueltas a otras alternativas “en torno a la silla”, otras posibilidades, otros modelos de producción y de relación con los cacharros. En este proceso hemos hecho entrevistas a diferentes personas que vienen trabajando en estos ámbitos y que nos han enseñado otras maneras de ver lo que hacíamos; estamos filmado encuentros de cacharreo (algunos incluso que estaremos generando nosotras mismas) y hemos intentado hacer más explícitos los vínculos con la filosofía de la diversidad funcional y con una serie de prácticas políticas para hacer del diseño colaborativo una cuestión vinculada al empoderamiento… Este ha venido siendo un proceso aún en curso y que no sabemos cuándo acabaremos (si es que puede ser acabado, y no debe de quedar más bien como un prototipo, en el sentido que le da Alberto Corsín al término), aunque esperemos poder ir liberando pronto algunas partes de esos materiales, porque queremos que ese conocimiento y esos materiales sean tan libres –en el sentido de “con licencia libre”como los productos de diseño libre así producidos.

En suma, hablaba de dispositivos colaborativos experimentales: y lo decía porque el proceso de documentación del diseño y el documental que acabo de describir pudiera ser planteado como un proceso de pensar una investigación etnográfica como una suerte de sonda, en la que el conocimiento no es tomado, sino sondeado: explorado ahí fuera, “en abierto”, intentando dotar a todo el mundo de ocasiones de poder explicitarse y de ver/escuchar/sentir lo que los demás pueden ir diciendo. De alguna manera, es como si estos dispositivos experimentales de investigación colaborativa en el ámbito del diseño tuvieran que tomar inspiración de las probes (literalmente, sondas, en inglés), esas técnicas de diseño que emplean Boehner, Gaver & Boucher (2012) –dando unas pequeñas cajas llenas de dispositivos de registro que reparten entre las personas junto con las que diseñan para sondear sus necesidades cotidianas–,  evocando el lado exploratorio y viajero del modo de recabar datos y probar opciones para ello de las sondas marinas o espaciales.

En mi proceso particular junto con “En torno a la silla” y en los múltiples espacios a los que se ha abierto cada una de nosotras en el proceso no sólo hemos cacharreado con cosas y con qué puede querer decir un diseño más abierto y libre, sino también hemos sondeado cómo hacer más libres y colaborativos nuestros saberes y experticias sobre esos procesos (del usuario de productos de apoyo, de la militante por la diversidad funcional o por los cuerpos diversos, de la arquitecta, del manitas, del etnógrafo, de la documentalista, del planificador de la accesibilidad, etc.), cacharreando con lo que traíamos a la situación y con las situaciones que montamos para investigar-nos y ponernos a prueba…

Porque cacharrear con las experticias en el caso de “En torno a la silla” no sólo ha implicado hacer un kit para una silla de ruedas, sino también forjar una suerte de kit para las colaboraciones experimentales: en este tiempo hemos tenido que encontrar modos de valorar  todos los saberes que ahí se presentaban, para que colaborar signifique co-laborar, para que experimentar pueda ser algo del cualquiera… Y esto no ocurre sin haber podido cacharrear con los catalizadores que la pueden hacer existir, sin las  infraestructuras (como un blog o un webdoc), sin esas herramientas que permiten que la tarea de investigar sea algo compartido y conjunto –aunque tengamos diferentes intereses o metas–, pero tampoco sin cacharrear permanentemente, con mimo, con las temporalidades que la experimentación necesita para que la cosa siga si es lo que se quiere o que se pare cuando toca e intentar evitar que nos estalle en las manos…

Algunos de estos temas y otros más los hemos venido abordando y los estaremos abordando en las semanas siguientes, en una especie de gira sobre ‘collaboration/experiment.

El programa es el siguiente.

24 de abril, 19:00-21:00 (Llibreria Synusia, Ateneu Candela, Terrassa)
Más allá de la experticia única, 4ª sesión del ciclo ¿Cuánto puede un cuerpo colectivo?, junto a Núria Gómez (OVI Bcn).

6 de mayo, 18:30-20:00 (vía hangout).
‘No me chilles que no te veo’, primera sesión de #meetcommons para preparar el taller del mismo nombre (vídeo disponible aquí).

7 de mayo, 16.00-17.00 (Medialab-Prado, Madrid)
Antropocefa – Kit para la fabricación de colaboraciones etnográficas experimentales. Taller dentro del II Encuentro de Sociología Ordinaria (aquí se puede ver el vídeo).

19 de mayo, 18:30-20:00 (vía hangout).
‘No me chilles que no te veo’segunda sesión de #meetcommons para preparar el taller del mismo nombre (vídeo disponible aquí).

4-6 de junio, (Salamanca).
Taller ‘No me chilles que no te veo’ & Taller ‘TEO va a la cocina’, IV Encuentro de la Red de Estudios Sociales de la Ciencia y la Tecnología (Red esCTS).

7 de junio, (Can Batlló, Barcelona).
Primavera Cacharrera, un encuentro organizado por ‘En torno a la silla‘ para fundar alianzas y encontrarnos con otras personas o colectivos de cacharrerxs.

17 de junio, (BAU, Barcelona).
‘Cuidar la usuarización: Hacia una ética del cuidado en el diseño colaborativo de ayudas técnicas’ (con Marga Alonso –OVI Bcn– y Alida Díaz –En torno a la silla…), una presentación en la I Jornada de Objetologias: la materia contraataca, del grupo de investigación Objetologías acerca de ‘La mesi‘, para poder debatir sobre los retos que supone el diseño de bajo coste y la singularización de ayudas técnicas.

22 de junio, (Barcelona).
Mini Maker Faire, con En torno a la silla y Handiwheel.

26 de junio 19:00-21:00 (Llibreria Synusia, Ateneu Candela, Terrassa).
Producir máquinas, producir territorios encarnados de intersección, 6ª sesión del ciclo ¿Cuánto puede un cuerpo colectivo?,  con En torno a la silla, Yes we fuck y Post-Op/Pornortopedia.

1 agosto (Tallinn, Estonia).
Panel invitado ‘Ethnography as collaboration/experiment‘, European Association of Social Anthropologists.

Referencias

Candea, M. (2013). The Fieldsite as Device. Journal of Cultural Economy, 6(3), 241–258.

Jasanoff, S. (2003). Technologies of humility: citizen participation in governing science. Minerva, 41(3), 223–244

Boehner, K., Gaver, W., & Boucher, A. (2012). Probes. In C. Lury & N. Wakeford (Eds.), Inventive Methods: The happening of the social (pp. 185–201). London: Routledge.

Créditos de la ilustración: “Sinergia” (con licencia CC BY-NC-SA) de Joan Fernández, alias negrescolor (cedida para la Primavera Cacharrera)

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05 May

Colaboraciones experimentales (o ‘mira quién baila’)

Un ciego saca a bailar a una sorda. Es la situación perfecta para un ejercicio de colaboración: una mantiene el ritmo, el otro guía el paso. La incorrección política no es mía sino de Ricardo Antón, la escenografía con la que representa la relación posible entre la academia y lo que hay más allá de ella (es una metáfora, mantengamos la calma). En las próximas semanas nos ocuparemos de este asunto en diferentes ocasiones, si estáis interesados al final del texto más detalles sobre las convocatorias (dos de ellas esta primera semana de mayo de 2014). La reflexión en torno a este asunto forma parte del trabajo que estoy haciendo hace tiempo con Tomás Sánchez Criado en torno a lo que hemos llamado colaboración experimental, un intento por reimaginar las formas de pensamiento de la academia, un esfuerzo por renovar las infraestructuras, lugares, métodos y compañeros/as con los que hacemos ciencia social.

Un proyecto de renovación que ha calado en los últimos años entre algunos académicos que persiguen revitalizar sus modos de hacer, conscientes de que la ciencia social ha agotado sus preguntas, sus métodos no son capaces de abarcar las realidades que nos desafían, sus propuestas de pensamiento resultan cada vez más irrelevantes y los lugares donde este se elabora parecen eriales. Madrid es indicador de este estado de cosas. Buena parte de los lugares donde se produce el pensamiento social más fértil están localizados fuera de la academia. Sitios donde se regenera la política, se reinventa lo urbano, se experimenta con lo digital o se expanden las formas de la cultura… Por muy precarios y limitados que sean sus medios, la potencia de esos espacios de pensamiento deja a menudo en evidencia a la academia establecida y comatosa; muy especialmente a esa parte amplia de la academia que es incapaz siquiera de tantearse el cuerpo para darse cuenta que ya no respira.

Pero también es sintomático de ese estado de cosas que muy a menudo, por muy extra-académicas que sean esas propuestas, están informadas y hunden sus raíces en los estilos y formas de pensamiento académico. Se evidencia en sus formatos de producción de conocimiento y los modos de circulación de este, en la elección de sus formas de representación, en los géneros de escritura, estilos argumentales, tradiciones teóricas y métodos que ponen en juego. Si lo primero nos muestra el agotamiento de la academia y la infertilidad de su pensamiento, lo segundo nos señala la posibilidad de renovarla. O más bien nos conmina a renovarla; a quienes estamos dentro por imperativo ético, a quienes están fuera por interés político.

El largo diálogo que en los últimos años hemos mantenido en Madrid (con Alberto Corsín Jiménez) con Basurama y Zuloark y mucha otra gente (Medialab-Prado, Intermediae, La Mesa…) evidencia la posibilidad inesperada de generar ambientes epistémicos radicalmente novedosos para los científicos sociales más allá de los muros de la institución académica. Y por ambientes epistémicos me refiero a lugares de mimo (como dice Tomás), lugares amueblados con infraestructuras hospitalarias, que mientras tratan con detalle la documentación y el archivo de lo que acontecen cuidan a quienes lo van a leer, lugares donde el mimo del cuerpo es la condición para la potencia del pensamiento. Lugares donde amueblamos el interior de una episteme que nos permite pensar de nuevo. Podríamos decir que nuestro trabajo en esos lugares ha adoptado la forma de una etnografía colaborativa de contornos difusos, que parece proyectarse ad infinitum y que desde luego ha difuminado la escenografía convencional con la que el método nos asigna papeles a unos y otros. Lo que comenzó como una etnografía de prototipos se torna en una etnografía/prototipo urbano.

La etnografía antropológica, por muy conciliadora que sea, asigna unos roles muy claros: unos son los que viven (aquellos antes llamados informantes), otros son los que escriben (estos llamados/as antropólogos/as). Unos marcan el paso, otros siguen el ritmo (que cada uno lo interpreta a su manera). Y esa descripción puede generalizarse a los métodos de investigación de las ciencias sociales, que proponen y trazan una escenografía en nuestros encuentros destinados a la producción de datos empíricos (eso dirán unos, otras preferirán hablar de la producción de conocimiento). John Law y Evelyn Ruppert (2013) lo han dicho hace poco de una manera más elaborada al pensar en los métodos de investigación como dispositivos (devices) que ensamblan y disponen el mundo en patrones sociales y materiales específicos. Pero si la antropología nos dice que bailemos un vals resulta que en nuestro trabajo de campo hemos acabado perreando.

¿Qué ocurre entonces cuando la escenografía del método salta por los aires? No queda más remedio que reinventarnos el ritmo y rediseñar el paso de baile en tiempo real. Eso es lo que George Marcus (2013) ha llamado colaboración (a la cual sugiere darle un toque experimental). El antropólogo estadounidense nos ha mostrado cómo el dispositivo de la etnografía entra en crisis cuando los antropólogos se internan en lugares donde nuestras contrapartes no encajan en el papel coreográfico que el investigador les asignaría naturalmente (ese de informantes). Dicho de otra manera, hay lugares que se muestran especialmente correosos a las aspiraciones escenográficas de los antropólogos/as: lo que comienza como vals termina como perreo. En esas circunstancias Marcus plantea que no queda más remedio que optar por la colaboración como modo etnográfico porque nuestras contrapartes se parecen mucho tanto a nosotros en sus formas de producción de conocimiento. O dicho de otra manera, si la etnografía dice que el etnógrafo manda en el baile, la colaboración es una situación en la cual no sabemos si hemos de marcar el paso o hemos de seguirlo.

Pero en lugar de sancionar la colaboración como el modo óptimo y asumir que sabemos lo que es queremos convertirla en una incógnita, hacer de ella un objeto de investigación, o más precisamente de experimentación. ¿Qué tipo de escenografía es la que nos propone la colaboración (etnográfica)? ¿Cómo podemos experimentar con ella? Una precisión antes de seguir. La etnografía (o en el argumento presente, la escenografía antropológica) no es ajena a lecturas experimentales. George Marcus y Michael J. Fischer (1986) la describieron como un ejercicio experimental de crítica cultural en la década de los ochenta y en términos experimentales se refirieron a los ensayos realizados con sus géneros narrativos. La etnografía moderna fue diseñada tomando inspiración del trabajo de campo de la botánica (Kuclik 1997), un siglo después los intentos por renovarla señalan nuevamente a las ciencias naturales, pero en este caso a través de las figuras de la experimentación y el laboratorio. La problematización reciente que algunos autores plantean entre las ciencias de campo y las experimentales hace más plausible el desplazamiento que permite pensar la etnografía en términos experimentales (Candea 2013); el argumento es que los límites claros entre observación/experimentación y campo/laboratorio han comenzado a diluirse en algunas ciencias como la ecología donde la observación en el campo comienza a asemejarse a la experimentación controlada en el laboratorio (Kohler 2002).

Tal planteamiento es un indicador de lo que la historia de la ciencia y los STS (Science and Technology Studies) nos han mostrado de manera más general, la experimentación es mucho más diversa, tanto como los lugares en los que esta toma residencia (Klein 2003; Knorr Cetina 1999). Y desde luego, nos muestra que la experimentación no puede ser reducida a los proceso de inducción/deducción, tiene muchos más pasos de baile en su recámara. Nos lo ha mostrado de forma sugerente y hermosa el historiador de la ciencia Hans-Jörg Rheinberger (1997) en un estudio histórico sobre el desarrollo de las tecnologías para la síntesis de proteínas. Rheinberger desmonta a través de su trabajo la visión de los experimentos como arreglos materiales que siguen principios teóricos y sólo sirven para la obtención de respuestas, por el contrario los sistemas experimentales son diseños que generan nuevas preguntas, cuestiones que los experimentadores ni siquiera eran capaces de plantearse con anterioridad, la experimentación es una máquina para producir preguntas nuevas.

Hablar de colaboraciones experimental significa dos cosas. Es una manera de problematizar la noción sociologizada de la colaboración y, al mismo tiempo, un intento por explorar la potencia de formas experimentales que se articulan a través de la producción colaborativa de nuevas preguntas. Pero, ¿cómo articulamos esa colaboración experimental?, pues ahí van tres avenidas en las que adentrarnos para esa exploración: las infraestructuras, lugares y pedagogías de lo que podría ser una colaboración experimental.

Infraestructuras de la colaboración. De la relevancia de la infraestructura para la vida de la colaboración ha dado cuenta Chris Kelty (2008) en su trabajo antropológico sobre el software libre. Si hay algo que caracteriza a esta tecnología/comunidad es su esfuerzo infraestructural, el trabajo por dotarse de la misma infraestructura que permite su pervivencia y que lo hace constituirse como un público recursivo. Sobre la infraestructura en los experimentos se extiende también Rheinberger aunque con otro vocabulario. Nos dice que los sistemas experimentales son la unidad mínima de los experimentos y están compuestos por los sistemas técnicos y los objetos epistémicos. Lo primero es una infraestructura material, práctica y conceptual estable; el objeto epistémico, en cambio, es un espacio de fronteras indefinidas que se encuentra contenido por la infraestructura técnica y que nos lanza preguntas nuevas. Si el sistema técnico es la banda de música el objeto epistémico es la melodía que tenemos que bailar, ¿qué tipo de infraestructuras son esas que requiere una colaboración experimental?

Lugares de la colaboración. Pero si la colaboración (y la experimentación) requieren de infraestructuras/arquitecturas específicas, necesitan también de lugares muy particulares, de una organización espacial precisa, minuciosa y cuidadosa. Peter Galison nos l ha mostrado al narrar cómo las arquitecturas de la ciencia han evolucionado desde el siglo XVII. El laboratorio se ha convertido en el espacio paradigmático de la experimentación, pero no es el único, como he señalado anteriormente. Esos lugares que en los últimos años han proliferado en Madrid: El Campo de Cebada, Esta es una plaza, Medialab, Intermediae… (menciono aquellos que más conozco, pero no son los únicos) son lugares donde la colaboración se cocina a fuego lento en un gesto experimental: espacios que dejan espacio para la colaboración, una pista de baile para la improvisación. ¿Qué espacios requiere la colaboración experimental?

Ambientes pedagógicos. Y finalmente el mayor de los desafíos. ¿Cómo podemos aprender/enseñar a experimentar con la colaboración? Porque esa, la pedagogía de la colaboración experimental, es la única manera de darle un billete para que pueda viajar más allá de los lugares donde se alumbra. Los dos temas anteriores señalan quizás elementos claves de esa pedagogía: los lugares y las infraestructuras/arquitecturas. Pero desde luego no los únicos aspectos que demanda el aprendizaje de la colaboración. De hecho bien pudiéramos pensar que la colaboración experimental es un ejercicio de pedagogía recursiva, una instancia en la que uno aprende lo que es la colaboración mientas experimenta con ella, más experimenta, más aprende. ¿Cómo hacemos que viaje ese conocimiento aprendido sobre la colaboración experimental?

Algunos de estos temas y otros más abordaremos en las semanas siguientes, en una gira internacional sobre la ‘experimental collaboration’. El programa es el siguiente.

6 de mayo, 18:30-20:00 (vía hangout).
‘No me chilles que no te veo’, primera sesión de #meetcommons prepara del taller del mismo nombre.

7 de mayo, 16.00-17.00 (Medialab-Prado, Madrid)
Antropocefa – Kit para la fabricación de colaboraciones etnográficas experimentales. Taller dentro del II Encuentro de Sociología Ordinaria.

19 de mayo, 18:30-20:00 (vía hangout).
‘No me chilles que no te veo’segunda sesión de #meetcommons prepara del taller del mismo nombre.

4-6 de junio, (Salamanca).
Taller ‘No me chilles que no te veo, dentro del IV Encuentro de la Red de Estudios Sociales de la Ciencia y la Tecnología (Red esCTS).

11 de junio, 19.00-21.00 (Museo Reina Sofía, MNCARS).
Seminario ‘Investigación en mo(b)imiento’, dentro del proyecto ‘Ciudad Escuela’.

1 agosto (Tallinn, Estonia).
Simposio ‘Ethnography as collaboration/experiment.

Referencias

Kelty, Christopher. 2008. Two Bits. The Cultural Significance of Free Software. Durham: Duke University Press.

Kohler, Robert E. 2002. Landscapes & Labscapes: Exploring the Lab-Field Border in Biology. Chicago: University of Chicago Press.

Klein, Ursula. 2003. “Styles of experimentation.” Pp. 159-185 in Observation and experiment in the natural and social sciences, edited by M. C. Galavotti. Dordrecht: Kluwer.

Knorr-Cetina, K. 1999. Epistemic Cultures: How the Sciences Make Knowledge. Cambridge, MA: Harvard University Press.

Kuklick, Henric. 1997. “After Ishmael: The fieldwork tradition and its future’, Anthropological.” in Locations: Boundaries and Grounds of a Field Science, edited by A. Gupta and J. Ferguson. Berkeley: University of California Press.

Law, John and Evelyn Ruppert. 2013. “The Social Life of Methods: Devices.” Journal of Cultural Economy 6:229-240.

Marcus, George and Michael M. J. Fischer. 1986. Anthropology as Cultural Critique. An Experimental Moment in the Human Sciences. Chicago: University of Chicago Press.

Marcus, George. 2013. “Experimental forms for the expression of norms in the ethnography of the contemporary.” Hau. Journal of ethnographic theory 3:197–217.

Rheinberger, Hans-Jörg. 1997. Toward a History of Epistemic Things: Synthesizing Proteins in the Test Tube: Stanford University Press.