17 Jul

Dispositivos de campo: re-imaginaciones para la etnografía

xcol2

¿Cómo sería el gesto curatorial que se ocupa de cuidar investigaciones al límite? Ese era uno de los puntos de partida del encuentro y taller que realizamos en Intermediae (Matadero Madrid) el 6 de julio (aquí el programa completo). Acuñamos esa imagen de las investigaciones al límite a partir de nuestras discusiones sobre las colaboraciones experimentales; una figura que trata de describir ciertas formas de hacer etnografía. Tenemos la intuición de que las colaboraciones experimentales son un modo etnográfico que pulsa algunas convenciones del método y que nos instala en un terreno de incertidumbre en nuestros modos de relacionalidad en el campo empírico y en nuestras prácticas epistémicas.

Asumamos entonces que nos encontramos con investigaciones que pulsan límites: de las disciplinas, de los métodos, de la academia, de la autoría…; investigaciones que en su ejercicio de frontera generan una considerable ansiedad e incertidumbre porque ‘desbordan’ los marcos canónicos y nos fuerzan a hacernos cargo de excesos: de relacionalidad, de apertura, de heterodoxia… Ante esa circunstancia, el punto de partida que queríamos explorar era sencillo: ¿cómo podemos generar las condiciones que permiten sostener esas investigaciones sin negar su exceso? La invocación de la figura curatorial nos servía para reconocer inspiraciones de las prácticas artísticas y explorar un diálogo que consideramos productivo entre antropología y arte. La utilización del neologismo pretende además explicitar el doble gesto que invoca la figura de la curadoría: el comisariado acompañado de cuidados.

Hicimos una llamada abierta para la presentación de investigaciones al límite y recibimos 19 propuestas. Si nuestra intención inicial era seleccionar cuatro, finalmente aumentó a seis. Lamentamos ciertamente haber dejado fuera otras muchas, pero queríamos que cada investigador/a tuviera un tiempo amplio; cada uno dispuso de 20 minutos para su presentación y otros 20 para la discusión. Por la tarde tuvimos una sesión de carácter más tallerístico; una Klinika de investigaciones con problemas graves de la que se ocupó Ricardo Antón, de Colaborabora. Desgraciadamente nos comimos parte de su tiempo y no pudimos disfrutarla a fondo (aquí el material de la Klinika). Y como parte del proceso, Carla Boserman hizo una relatoría por relatogramas.

Todas las investigaciones del seminario/taller estaban atravesadas por un gesto etnográfico, aunque ninguna de ellas era realizada por un antropólogo/a, asunto sin duda significativo y que nos habla del interés creciente desde hace años de la investigación artística por la antropología (Roger Sansi Roca da cuenta de ello de manera iluminadora en su reciente libro Art and Anthropology and the Gift).

El seminario arrancó con una presentación en la que planteábamos pensar en la colaboración experimental en la etnografía como lo que llamamos un ‘dispositivo de campo’. La etnografía es una instancia metodológica de una gran sofisticación que combina técnicas muy diversas en su configuración. La observación participante es una de ellas, pero no es la única. El diario de campo constituye una de los dispositivos paradigmáticos de registro, el campo mismo es una construcción conceptual y una estrategia empírica esencial en la etnografía. La misma observación participante podemos desagregarla en un modo de relacionalidad (la participación) y una práctica epistémica (la observación). John Law y Evelyn Ruppert (2013) ha propuesto recientemente esta idea de pensar en los métodos de investigación como disposiciones que ensamblan y organizan el mundo en patrones sociales y materiales específicos.

Siguiendo ese planteamiento podemos decir que la etnografía, en tanto que instancia metodológica, es el resultado del ensamblaje de diversos dispositivos metodológicos. Desde esta perspectiva queremos pensar en la colaboración experimental como un dispositivo de campo, que en ocasiones es adyacente a la observación, en otras es paralelo, queda subsumido o sustituye completamente a la observación participante. Un dispositivo de campo que, en realidad, es resultado del despliegue de otros dispositivos. Lo que sigue es un intento por identificar dispositivos concretos que son introducidos en el desarrollo de esas etnografías de tintes colaborativos que se internan en terrenos experimentales: desplazamientos, imaginaciones, documentación, archivos… todo un repertorio de dispositivos, en la forma de objetos, modos de relacionalidad, temporalidades que generan las condiciones para la colaboración.

Desplazamientos. Las presentaciones arrancaron con Paco Inclán, que dio cuenta de su investigación en Valladares. Su idea original era utilizar la técnica de la psicogeografía y las derivas situacionistas en la pequeña parroquia gallega de Valladares en la que pasó un par de meses (aquí el diario de campo). Pero el planteamiento que se había hecho inicialmente no funcionó. Cuando presentaba los mapas a los paisanos, estos se convertían en desencadenantes de disensos memorísticos: sobre cuáles eran las lindes de estos terrenos o aquellos. El mapa no funcionaba como había esperado. Aunque era de esperar que no funcionase porque, como contó el mismo, la deriva es una técnica diseñada para entornos urbanos y no rurales, según los situacionistas. Lo interesante, en cualquier caso, es ese desplazamiento (literal y metafórico) del método: desde sus condiciones óptimas a un contexto donde se presume su invalidez; y quizás, lo que nuestros métodos necesitan en ocasiones son ejercicios de ‘desplazamiento’ que los pongan a prueba, que los comprometan por ponerlos en una situación comprometida, por situarlos al límite de su alcance.

Imaginación. Un asunto recurrente en algunas de las investigaciones fue el desajuste entre el proceso imaginado y el desarrollado, como le ocurría a Paco. La propuesta inicial y el rol que uno/a espera asumir en el trabajo de campo muy a menudo no tienen nada que ver con el desarrollo final. Lo interesante de esta situación es la manera como el método toma forma anticipadamente. Los métodos aparecen en ocasiones como cánones que dictan y orientan nuestras prácticas, otras veces son el instrumento descriptivo de nuestra práctica empírica, un vocabulario común y un terreno compartido de diálogo. Pero el método es también un recurso de la imaginación. El proyecto de Lara F. Portolés, que se desarrolló en dos instituciones artísticas de prestigio en Barcelona, estaba centrado en los procesos de construcción de proyectos de arte contemporáneo y el funcionamiento institucional. Su trabajo empírico estaba planteado como una etnografía convencional que se vio “desbordada” hacia una forma de trabajo de tintes colaborativos con algunos de los comisarios y colectivos con los que trabajaba.

Documentación. El etnógrafo, ha escrito James Clifford, es alguien que inscribe lo social. La obsesión de la etnografía con la escritura (o de forma genérica, con el registro, escrito o audiovisual) da cuenta de esa pulsión que trata de hacer perdurables los acontecimientos sociales en los que participamos. De manera general, esa inscripción está destinada a ser utilizada después por el etnógrafo/a; sólo excepcionalmente, y sólo parcialmente, es compartida en algunas ocasiones. ¿Qué significa cuando uno comienza a documentar para los otros en su trabajo de campo?, ¿qué ocurre cuando la documentación se torna en una práctica de relacionalidad? Sobre ese asunto Tomás está desarrollando una amplia discusión como resultado de su trabajo de campo con Entorno a la silla. Lara F. Portolés dio cuenta de su participación en el catálogo de uno de los ciclos de exposiciones donde hizo su trabajo de campo, Arqueología preventiva. Este evento constituyó un momento significativo, pleno de dificultades y tensiones, y destapó al mismo tiempo esa singular condición por la cual la investigadora que escribe para sí, se torna en escritora para los otros.

Vulnerabilidad. Como el resto de los participantes, Lara F. no es antropóloga ni socióloga, aunque su tradición disciplinar es la historia del arte movilizó la etnografía como metodología esencial de su trabajo empírico. Singularmente, esto tuvo efectos sobre la legitimidad de su trabajo. Utilizar una metodología que no era propia de su disciplina hacía de ella, en sus propias palabras: una outsider en unas ocasiones, una mindundi en otras. Y no deja de ser paradójica la manera como el método toma, nuevamente, forma en esa situación. Los métodos están diseñados para dotar de robustez a nuestras investigaciones pero en este caso se convirtió en un instrumento de vulneración de quienes los movilizan. La situación nos habla del monopolio que algunas disciplinas pretenden establecer sobre ciertos métodos. Tal es el caso de la antropología con la etnografía y su incapacidad para reconocer que en la heterodoxia metodológica o incluso en la mayor de las transgresiones puede haber un verdadero gesto de inventiva, o en su defecto, una llamada de auxilio.

Temporalidades emergentes. Como otras investigaciones, la de Lara no pretendía ser un ejercicio colaborativo. Si su investigación adoptó en algunas ocasiones contornos colaborativos fue resultado de los acontecimientos y consecuencia del tiempo. Esa descripción de la colaboración como una emergencia la he escuchado en otras ocasiones, así que quizás pudiéramos pensar que la colaboración es la forma que adopta una etnografía, en determinados contextos (no en todos), cuando pasa el suficiente tiempo. O dicho de otra manera, la colaboración es una expresión temporal de la etnografía.

Eventos. Parece que la propuesta que lanzábamos de investigaciones al límite resuena especialmente con discusiones que se desarrollan en la investigación artística. Entre las muchas diferencias entre la investigación social y la artística, hay quizá una distinción que aparece en ocasiones y que tiene que ver con la orientación hacia lo empírico de la segunda y el impulso hacia lo material de la primera. Viviana Silva presentó su investigación sobre la memoria relativa a dos sitios empíricos distintos, los campos de concentración franquistas y la desaparición de personas en la dictadura militar de Chile (Campos Devanados e Hilos de Ausencia). Una de sus técnicas ha consistido en la realización de reuniones en las cuales los familiares de desaparecidos bordan el nombre de su persona querida en un pañuelo. Viviana organizaba esas reuniones y pasaba el tiempo con ellos, hilando hilos y tramando recuerdos.

Esa manera de intervenir en el campo mediante la construcción de eventos que hacen que ocurra alguna cosa atraviesa muy a menudo muchas colaboraciones experimentales. De hecho, ese modo de operar está presente en la propuesta del critical making realizada por Matt Ratto (2011) y otros, donde la construcción de talleres para la producción de objetos es, también, la producción de conceptos sociológicos. En esos casos, la producción de conocimiento se articula mediante la construcción de contexto para el desarrollo de prácticas materiales. Aquí tenemos quizás otro dispositivo paradigmático que responde a la orientación naturalista de buena parte de la etnografía. Frente a la orientación habitual de etnógrafos por tomar parte en los mundos que pretenden comprender, la participación se articula aquí mediante el despliegue de condiciones para estar juntos.

Política. Matthias Lecoq, en su trabajo sobre la dinamización de espacios públicos en Ginebra y Madrid, planteó dos modalidades que parecieran resonar con las colaboraciones experimentales pero que iluminan diferencias importantes en su contraste: la investigación acción participativa y las formas de investigación militante. Ambas propuestas han invocado desde hace varias décadas la colaboración como elemento crucial de sus formas de aprendizaje. La propuesta que hacíamos para las investigaciones al límite eluden, sin embargo, los aspectos esenciales de esos planteamientos. Mientras la investigación acción participativa instrumentaliza la colaboración dentro de un repertorio de técnicas establecidas y depuradas, la colaboración que las colaboraciones experimentales invocan es principalmente un efecto (antes que un instrumento) que genera un espacio de incertidumbre metodológica. Una situación que queremos pensar en términos epistémicos, y no políticos, como ocurre con la investigación militante. O, dicho de otro modo, una situación que abre a la experimentación las formas en las que investigamos y que nos implicamos.

Documentación y archivo parecen ser dos figuras presentes en la reflexión sobre las colaboraciones. El trabajo de Inés Plasencia aborda la construcción de la ciudadanía a través de las formas de representación fotográfica en Guinea Ecuatorial durante una parte del periodo de colonización española. Para ello no sólo ha tenido que colaborar con las personas que gestionan los archivos (permitiendo que ese material fotográfico circulara o pudiera ser catalogado), sino que se ha colocado al límite de la investigación historiográfica, cuando al presentar en diferentes ocasiones sus materiales esto ha dado lugar a colaboraciones relevantes con algunos descendientes de las personas fotografiadas para su interpretación y caracterización. Ann Laura Stoler (2009) ha hecho recientemente una llamada para que la antropología piense etnográficamente el archivo, no como una fuente de documentos únicamente, sino como objeto de investigación etnográfica. ¿Qué significa hacer una etnografía del archivo?, no de su contenido sino del mismo objeto. Pasaría, entre otras cosas, por tener en cuenta su arquitectura material, como Inés recordaba en su presentación: archivos que parecen fortalezas, a los que no se puede acceder, archivos familiares escuetos… y siguiendo ese razonamiento, quizás pudiéramos preguntarnos qué significaría colaborar con el archivo, o tornar este en un objeto de colaboración.

Esa era precisamente la senda al límite que exploraba Jorge Martín en su trabajo sobre el espacio madrileño autogestionado por vecinos El Campo de Cebada: ‘¿Colaboran las cosas?’. Cargado de sorna y provocación Ricardo le planteó si acaso su interés por relacionarse con las cosas era el resultado de no ser capaz de relacionarse con las personas que habitan ese espacio. Ciertamente, una etnografía en el espacio público plantea notables problemas y quizás no haya tal dicotomía y relacionarse con las cosas sea una manera de relacionarse con las personas. Otra pregunta más para explorar cómo sería una colaboración experimental en nuestras etnografías.

Referencias
Law, J., & Ruppert, E. (2013). The Social Life of Methods: Devices. Journal of Cultural Economy, 6(3), 229-240.

Ratto, M. (2011). Critical Making: Conceptual and Material Studies in Technology and Social Life. The Information Society: An International Journal, 27(4), 252-260.

Stoler, A. L. (2009). Along the Archival Grain. Thinking through colonial ontologies. Princeton and Oxford: Princeton University Press.