14 May

Colaboraciones experimentales (O una primavera-verano de cacharreos de la experticia)

Sinergia de negrescolor

 

 

 

 

 

 

 

 

Una continuación del post de Adolfo Estalella: “Colaboraciones experimentales (o ‘mira quién baila’)

Llevo un tiempo dándole vueltas a cómo convertir lo que me está pasando como etnógrafo en una pregunta que sea de interés para otras personas. Digamos que la pregunta que resume mis inquietudes pudiera ser algo así como:  ¿Cómo sería una investigación en o, mejor, con una “comunidad epistémica experimental”?

He venido utilizando este término un poco feo y grandilocuente en algunos contextos como este post del blog Fuera de Clase para dar cuenta de algunos espacios epistémicos experimentales post-15M que creo pudieran caracterizarse por ser:

Experimentales, porque la construcción colectiva del conocimiento tiene un carácter “experiencial”, encarnado o basado en lo que nos afecta; pero también experimentales por el afán de experimentación con el qué y cómo podemos pensar, por su estatuto “experimental” y frágil, su carácter en abierto, no constreñido por límites disciplinares o institucionales, prestando atención a esos efectos no previstos que se nos aparecen al montar situaciones que nos interpelan, que crean verdaderos acontecimientos epistémicos colectivos: articulando mecanismos y medios para dotarnos del “poder de hablar de otra manera” (por usar la noción de experimento empleada por la filósofa de la ciencia Isabelle Stengers); experimentales, en fin, porque a través de ellas nos convertimos en “sujetos experimentales” con y sobre los que se prueba, pero no tanto al modo salvaje de ciertas prácticas de laboratorio al estilo Mengele o de las prácticas económicas neoliberales del shock, sino que quizá a través de ellas podamos aspirar a ser una suerte de “cobayas auto-gestionadas” (cuyo caso quizá más claro lo han venido mostrando diferentes trabajos sobre los movimientos de pacientes con SIDA o el activismo trans), ensayando en nuestras carnes las posibilidades y límites de nuevos formatos colectivos y más liberadores de pensar y hacer.

Y en ese contexto creo que no hay modo interesante, ni ética ni epistémicamente relevante de pensar en hacer trabajo de campo con este tipo de comunidades de “cobayas auto-gestionadas” (de las que los académicos también estamos crecientemente empezando a formar parte), que planteando la necesidad de experimentar los contornos de una etnografía colaborativa, o de colaborar en experimentos etnográficos (un tema al que le vengo dando bastantes vueltas junto a Adolfo Estalella).

 

Más aún desde que, hace ya casi dos años, empecé a colaborar y ayudar a dar forma al proyecto “En torno a la silla”. Lo que en un inicio se planteó como una investigación etnográfica al uso ha acabado siendo un dispositivo experimental  (Candea, 2013) para el trabajo de campo colaborativo, aquel que se da cuando los métodos y las preguntas están redistribuidos y hay que empezar a pensarlos como prototipos de otra investigación posible.

Porque esto de investigar junto con las “cobayas auto-gestionadas” –aquellas que se han empoderado fundando un saber sobre sí desde sí, intentando llevar a cabo algo así como una “revolución de los cuerpos, en los cuerpos, por los cuerpos…”, pero también entrando en otras relaciones con otros– obliga a quien hace trabajo de campo (a veces de un modo más o menos confrontacional) a re-situarse; no hay otro modo de aportar que no sea “en común”, porque su “nada sobre si nosotros sin nosotros” te re-coloca desde el principio en otro sitio; te obliga a que lo que ahí puedas o quieras producir asuma que eso que quieres investigar tiene que tener sentido en su forma y contenido, en su pregunta y en su fondo en relación a ese “en común” (nunca sólo “para ti”). Porque están hartos de ser cobayas de probeta o de que les miren como freaks de feria… y han pasado a morder a quienes les tratan así. Y sólo conciben, con toda la razón, que cualquier cosa que se diga tenga que pasar por un acercamiento a su forma de vida, desde la cercanía con ellxs. Y, por tanto, algo parecido a un trabajo de campo al uso tiene que plantearse en un contexto en el que mucha de esa gente tiene ya sus interpretaciones, sus creaciones conceptuales, sus formatos de trabajo; un trabajo de creación epistémica que hay que vindicar o valorar, porque se trata de un espacio investigador análogo al académico; quizá no igual, quizá no idéntico, pero que nos convoca a que practiquemos una tecnología de la humildad –como las llama Jasanoff– frente a la razón tecnocrática que tanto ignora

Hay una creciente necesidad […] de lo que pudiéramos llamar ‘tecnologías de la humildad’. Éstas son métodos, o mejor, hábitos de pensamiento institucionalizados que intentan hacerse cargo de los precarios límites del entendimiento humano –lo desconocido, lo incierto, lo ambiguo, lo incontrolable-. Al reconocer los límites de la predicción y el control, las tecnologías de la humildad confrontan ‘frontalmente’ las implicaciones normativas de nuestra falta de predicción perfecta. Requieren de habilidades expertas y de formatos de relación entre los expertos, los que toman las decisiones y la opinión pública, diferentes de los que se consideraban necesarios en las estructuras de gobierno de la alta modernidad. Implican no sólo la necesidad de mecanismos de participación, sino también de una atmósfera intelectual en la que los ciudadanos sean alentados a poner en funcionamiento sus conocimientos y habilidades para la resolución de los problemas comunes (Jassanoff, 2003: p.227; traducción propia)

Es decir, investigar en este tipo de entornos requiere claramente de algo así como un “cacharreo de las experticias”. Dejadme que explique esta idea a partir de lo que ha venido siendo mi vida colaborativa/experimental en los últimos dos años…

En “En torno a la silla” comenzamos un experimento vinculado con el diseño colaborativo, incitados por el Medialab-Prado y su convocatoria y espoleados por una necesidad afectiva: situarnos en torno a una silla de ruedas como lugar de reflexión y de acción; quizá no una silla cualquiera, aunque su potencia era que se trataba de la silla de un cualquiera, de otro cualquiera como nosotras. Pero de unos cualquiera que no tenían necesidades ni relaciones cualquiera, sino que necesitaban ser capaces de dotarse de otros entornos, de hacer juntas otras distribuciones de espacios, otros diseños de aparatos y máquinas que permitieran que nuestras relaciones de amistad no se cancelaran, sino que pudieran crecer, incorporando a otras, haciendo entornos desde la diversidad (funcional). Una producción de un entorno diverso para que nuestro entorno fuera más rico, más denso, más poblado por la diversidad… para que pudiera llenarse de otras, con su singularidad y su diferencia, con sus cuerpos que se mueven, sienten y piensan así o asá, que se sientan de este o ese modo, que leen de esta o aquella manera. ¿Cómo meterle mano a un entorno que nos hiciera más autónomas, pero a la vez más conectadas, que favoreciera la relación con la diversidad? De ahí la necesidad de pensar en ponerse a cacharrear con los productos de apoyo como interfaz de relación, como nexo de unión y no sólo de normalización o rehabilitación. Pero también como interfaz epistémica, como interfaz de producción de conocimiento…

Cacharrear te hace sentir que quizá tú también puedas intervenir en el curso de las cosas, aunque sea precariamente o desde una posición lateral: cacharrear para meter mano en cómo las cosas se dis-ponen y pre-disponen, para cambiar en qué modelos de cuerpos y relaciones se piensa únicamente para traer a la existencia ciertos modelos de cacharros y para abrir, por tanto, la caja de Pandora de qué cuerpos quedan dentro y fuera del foco a la hora de pensar entornos. Cacharrear no necesariamente quiere decir hacerlo bien, aunque se intente. Habrá formas de hacerlo mejor y peor, aunque quizá necesitemos pensar que mejor querrá decir “acoger la singularidad” dentro de un proceso de diseño y no necesariamente que el diseñador o el usuario tengan razón o quedar sometidos a las imposiciones y restricciones que nos imponen los materiales. Pero desde luego quiere decir que queremos tomar parte de un universo de cosas que hemos delegado quizá hasta la nausea, cuando esas cosas, esas disposiciones de cuerpos y elementos, esas predisposiciones de entornos son el modo en que podemos ser-con-otras… Cacharrear es decir “quiero un mundo más a medida”, un mundo hecho “tó tuyo”, con otras y para vivir mejor con otras.

Teníamos muy claro que cacharrear y meterle mano a esa silla de ruedas a través de nuestro pequeño “kit” era una continuidad de la amistad, de la exploración de un lazo común forjándose y nutriéndose a cada paso, uniendo de dónde venía cada quién: un grupo heterogéneo compuesto por activistas de la vida independiente, una arquitecta, manitas y etnógrafos-documentalistas; un grupo para el que cacharrear se convirtió en algo así como una reivindicación experimental de otro modo de re-conectarnos con el mundo y de intervenirlo, de pensarlo desde su diversidad más radical.

Había ilusión en ese cacharrear, era y es empoderador y vivificante. Descubrimos que cacharrear le lleva a una a pensar en mil opciones no planteadas, desde cómo poner una tuerca a dónde conseguir qué materiales, desde qué necesidades tiene qué cuerpo hasta cómo poder explicar eso, narrar eso, convertirlo en una posición política a partir de textos e imágenes del proceso o intervenciones…

Cacharrear ha sido para nosotras un lugar increíble para explorar nuestros límites y vulnerabilidades, así como los del mundo con el que nos vinculábamos. Después de un año fuimos dándonos cuenta, sin embargo, de que el proceso de ponerse a hacer tenía dificultades y problemas. Y se nos hizo necesario encontrar una manera de balbucear, de tartamudear y comenzar a enunciar lo que nos pasaba. El blog del que nos habíamos dotado para documentar el proceso de creación de nuestros cacharros y para compartir algunas reflexiones, donde comenzar a balbucear y dotar de significado a las propias prácticas generadas o las situaciones producidas. En nuestro hacer humilde sentíamos que habíamos topado con uno de los corazones de la bestia: la maquinaria que mueve la gigantesca industria de las “tecnologías de la discapacidad”.

Pero el espacio “en torno…” no era sólo un mero lugar, no era sólo un entorno. También era una posición o, mejor, una disposición a ponernos a pensar sobre lo que implicaban esas cosas en las que nos estábamos metiendo. Por eso creo que “En torno a la silla” empezó a ser desde muy pronto también un lugar de producción de conocimiento, una interfaz epistémica colaborativa. Un espacio para pensar sobre lo que estábamos haciendo. De esto iba, sin que lo supiéramos bien, lo que habíamos estado haciendo en el blog. Habíamos empezado con la idea un poco loca de documentar ese proceso como proceso, es decir, como algo que podía crecer. No había intención de colocar las cosas como se pincha una mariposa en un corcho. Documentar no era un fin, era un modo de ayudarnos a pensar o, mejor, a balbucear, a la vez que era un intento de no olvidar, de dar cuenta del torrente de cosas en el que habíamos entrado algunas, un lugar para darle vueltas a cómo nace o crece un diseño, sus problemas, sus diatribas

Pero el blog no era suficiente, porque nos ha sido siempre muy costoso establecer la conexión fecunda que existe entre “diseño libre”, “diversidad funcional” y “empoderamiento”. Necesitábamos poder experimentar otros modos de narrar aquello con lo que nos habíamos estado vinculando. En este último año, acuciadas por la precariedad económica y la falta de medios para prototipar, hemos estado dándole muchas vueltas a la gran cantidad de cosas que se entrecruzan, que limitan y que circunscriben qué podemos hacer. Necesitábamos ponerlas en claro y nos llegó el momento de sentarnos “en torno a la silla”, no sólo como un lugar de acción y cacharreo, sino como lugar de reflexión.

En el último año hemos estado pensando en traducir la pasión por el hacer en una reflexión sobre sus condiciones a través de un documental interactivo (o webdoc) que nos ayudara a darle vueltas a otras alternativas “en torno a la silla”, otras posibilidades, otros modelos de producción y de relación con los cacharros. En este proceso hemos hecho entrevistas a diferentes personas que vienen trabajando en estos ámbitos y que nos han enseñado otras maneras de ver lo que hacíamos; estamos filmado encuentros de cacharreo (algunos incluso que estaremos generando nosotras mismas) y hemos intentado hacer más explícitos los vínculos con la filosofía de la diversidad funcional y con una serie de prácticas políticas para hacer del diseño colaborativo una cuestión vinculada al empoderamiento… Este ha venido siendo un proceso aún en curso y que no sabemos cuándo acabaremos (si es que puede ser acabado, y no debe de quedar más bien como un prototipo, en el sentido que le da Alberto Corsín al término), aunque esperemos poder ir liberando pronto algunas partes de esos materiales, porque queremos que ese conocimiento y esos materiales sean tan libres –en el sentido de “con licencia libre”como los productos de diseño libre así producidos.

En suma, hablaba de dispositivos colaborativos experimentales: y lo decía porque el proceso de documentación del diseño y el documental que acabo de describir pudiera ser planteado como un proceso de pensar una investigación etnográfica como una suerte de sonda, en la que el conocimiento no es tomado, sino sondeado: explorado ahí fuera, “en abierto”, intentando dotar a todo el mundo de ocasiones de poder explicitarse y de ver/escuchar/sentir lo que los demás pueden ir diciendo. De alguna manera, es como si estos dispositivos experimentales de investigación colaborativa en el ámbito del diseño tuvieran que tomar inspiración de las probes (literalmente, sondas, en inglés), esas técnicas de diseño que emplean Boehner, Gaver & Boucher (2012) –dando unas pequeñas cajas llenas de dispositivos de registro que reparten entre las personas junto con las que diseñan para sondear sus necesidades cotidianas–,  evocando el lado exploratorio y viajero del modo de recabar datos y probar opciones para ello de las sondas marinas o espaciales.

En mi proceso particular junto con “En torno a la silla” y en los múltiples espacios a los que se ha abierto cada una de nosotras en el proceso no sólo hemos cacharreado con cosas y con qué puede querer decir un diseño más abierto y libre, sino también hemos sondeado cómo hacer más libres y colaborativos nuestros saberes y experticias sobre esos procesos (del usuario de productos de apoyo, de la militante por la diversidad funcional o por los cuerpos diversos, de la arquitecta, del manitas, del etnógrafo, de la documentalista, del planificador de la accesibilidad, etc.), cacharreando con lo que traíamos a la situación y con las situaciones que montamos para investigar-nos y ponernos a prueba…

Porque cacharrear con las experticias en el caso de “En torno a la silla” no sólo ha implicado hacer un kit para una silla de ruedas, sino también forjar una suerte de kit para las colaboraciones experimentales: en este tiempo hemos tenido que encontrar modos de valorar  todos los saberes que ahí se presentaban, para que colaborar signifique co-laborar, para que experimentar pueda ser algo del cualquiera… Y esto no ocurre sin haber podido cacharrear con los catalizadores que la pueden hacer existir, sin las  infraestructuras (como un blog o un webdoc), sin esas herramientas que permiten que la tarea de investigar sea algo compartido y conjunto –aunque tengamos diferentes intereses o metas–, pero tampoco sin cacharrear permanentemente, con mimo, con las temporalidades que la experimentación necesita para que la cosa siga si es lo que se quiere o que se pare cuando toca e intentar evitar que nos estalle en las manos…

Algunos de estos temas y otros más los hemos venido abordando y los estaremos abordando en las semanas siguientes, en una especie de gira sobre ‘collaboration/experiment.

El programa es el siguiente.

24 de abril, 19:00-21:00 (Llibreria Synusia, Ateneu Candela, Terrassa)
Más allá de la experticia única, 4ª sesión del ciclo ¿Cuánto puede un cuerpo colectivo?, junto a Núria Gómez (OVI Bcn).

6 de mayo, 18:30-20:00 (vía hangout).
‘No me chilles que no te veo’, primera sesión de #meetcommons para preparar el taller del mismo nombre (vídeo disponible aquí).

7 de mayo, 16.00-17.00 (Medialab-Prado, Madrid)
Antropocefa – Kit para la fabricación de colaboraciones etnográficas experimentales. Taller dentro del II Encuentro de Sociología Ordinaria (aquí se puede ver el vídeo).

19 de mayo, 18:30-20:00 (vía hangout).
‘No me chilles que no te veo’segunda sesión de #meetcommons para preparar el taller del mismo nombre (vídeo disponible aquí).

4-6 de junio, (Salamanca).
Taller ‘No me chilles que no te veo’ & Taller ‘TEO va a la cocina’, IV Encuentro de la Red de Estudios Sociales de la Ciencia y la Tecnología (Red esCTS).

7 de junio, (Can Batlló, Barcelona).
Primavera Cacharrera, un encuentro organizado por ‘En torno a la silla‘ para fundar alianzas y encontrarnos con otras personas o colectivos de cacharrerxs.

17 de junio, (BAU, Barcelona).
‘Cuidar la usuarización: Hacia una ética del cuidado en el diseño colaborativo de ayudas técnicas’ (con Marga Alonso –OVI Bcn– y Alida Díaz –En torno a la silla…), una presentación en la I Jornada de Objetologias: la materia contraataca, del grupo de investigación Objetologías acerca de ‘La mesi‘, para poder debatir sobre los retos que supone el diseño de bajo coste y la singularización de ayudas técnicas.

22 de junio, (Barcelona).
Mini Maker Faire, con En torno a la silla y Handiwheel.

26 de junio 19:00-21:00 (Llibreria Synusia, Ateneu Candela, Terrassa).
Producir máquinas, producir territorios encarnados de intersección, 6ª sesión del ciclo ¿Cuánto puede un cuerpo colectivo?,  con En torno a la silla, Yes we fuck y Post-Op/Pornortopedia.

1 agosto (Tallinn, Estonia).
Panel invitado ‘Ethnography as collaboration/experiment‘, European Association of Social Anthropologists.

Referencias

Candea, M. (2013). The Fieldsite as Device. Journal of Cultural Economy, 6(3), 241–258.

Jasanoff, S. (2003). Technologies of humility: citizen participation in governing science. Minerva, 41(3), 223–244

Boehner, K., Gaver, W., & Boucher, A. (2012). Probes. In C. Lury & N. Wakeford (Eds.), Inventive Methods: The happening of the social (pp. 185–201). London: Routledge.

Créditos de la ilustración: “Sinergia” (con licencia CC BY-NC-SA) de Joan Fernández, alias negrescolor (cedida para la Primavera Cacharrera)

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20 Feb

Ethnography as collaboration/experiment

experimentation collaboration

Ethnography as collaboration/experiment is the title of a panel for the next conference of the European Association of Social Anthropology: EASA2014: Collaboration, Intimacy & Revolution.

We would like to focus on a cluster of modes of field engagement that we call ‘collaboration/experiment’. We aim to explore what does it mean for an ethnography to be experimental and collaborative? and how could collaborative experiments in the field make us think of more experimental forms of fieldwork collaboration? We believe that paying attention to the contemporary contours of ethnography as ‘collaboration/experiment’ might offer us the possibility of exploring new conditions for the production of anthropological knowledge. You can read below a provocation for triggering the debate.

In the past decades, anthropology has shifted from its traditional naturalistic mode with the ‘been-there-done-that’ rhetoric of immersive fieldwork to new forms of ethnographic engagement that intensify the involvement of anthropologists with their counterparts (Fassin & Bensa, 2008; Faubion & Marcus, 2009). ‘Collaboration’ has been one of the figures invoked by anthropology to describe this situation. However it is far from new (Stull & Schensul, 1987; Ruby, 1992): since the 1980s collaboration has been proposed as a way to inform ethically our relations in the field (Hymes, 1972), or as a way to engage politically with the anthropological fieldwork (Juris, 2007). In the last years collaboration has been mobilized again but in this case in a new sense; it has been proposed as a methodological response to the ethnographies that are developed in expert contexts of knowledge production like scientific laboratories, political institutions, economic organizations or artistic and activist collectives. Holmes & Marcus (2008) have argued that in such context people have ‘para-ethnographic’ practices, very similar to those of anthropologists. As a consequence, they can no longer be treated as ‘informants’ but as collaborating counterparts. In this situation, the articulation of relations in the field in a collaborative mode forces anthropologists to reconsider the scope of their epistemic practices and to rethink the outcomes and representational modes in a gesture that ‘refunctions ethnography’ (Holmes & Marcus 2005).

Following this argument collaboration seems to be an ethnographic mode specifically apposite for social contexts oriented by the production of knowledge. But we have witnessed an intense change in the production of knowledge in the last years. Hybrid institutions have emerged as part of a process that have brought about profound shifts in the nature and distribution of expertise (Nowotny et al. 2001). The generalization of digital technologies seems to have intensified this trend as well as added challenges to the anthropological fieldwork (Kelty et al. 2009). People with no social science expertise are taking part in the fabric of social science research through the development of tools (visualization of Twitter interactions, techniques for the extraction of Facebook social data…) that allow them to elaborate very sophisticated analyses of large empirical data.

Therefore, collaboration seems to be an ethnographic mode that could be generalized to even more contexts. In fact, we consider it to be part of a wider debate on the need of reinvention of social science research methods provoked by this widespread distribution of digital technologies. A situation that, for some authors, represents a coming crisis for the social sciences (Savage & Burrows, 2007) while it is interpreted by others as a chance to renew the social sciences (Lury & Wakeford, 2012).

This claim for a collaborative mode in ethnography is part of the emergence of collaboration as a figure praised in many social contexts. It is pointed out by governments when promoting collaborative efforts in innovation; it is mobilized in artistic contexts as a way to articulate publics and to figure the social engagement of art; it is also claimed by technology designers and developers as a key feature of digital culture. In such contexts, collaboration is praised as a value in itself and as a productive social practice. In its ethnographic mode collaboration seems to point to a two-way egalitarian relation that produces at the same time egalitarian benefits (Konrad, 2008), although it is not always necessarily this way (Strathern, 2008). Despite such a collaborative impetus in our contemporary societies we lack a precise vocabulary to refer to the particularities, nuances and differences of diverse modes of collaboration, a trend that has also affected our lack of detail in the articulation of multiple experiences of participation (Fish el al. 2011).

Hence, in this session we would like to suspend for a moment the assumptions we have over collaboration to ask some simple questions: What do we mean when we call a form of collaborative relation? What ethical imprint do we concede to such a practice? What are the political dimensions attributed to it? In doing so we would like to take into account the invocation of collaboration in knowledge-production contexts without forgetting its twofold character referring either to the manifold ways of ‘doing together’ (collaboration as a social form) or to the more specific ways of joint thinking and information sharing (collaboration as an epistemic mode). In this vein, maybe collaboration might be characterized as a specific contemporary mode of inquiry on the transformations of relationality in knowledge production practices. For this panel we would like to follow this trail, exploring this twofold features in the ongoing revival of more explicit forms of ethnographic research collaboration. We believe that doing so might open up the possibility not only to think of the contemporary conditions of production of anthropological knowledge but also to explore the transformation of the contemporary as a consequence of the intensification of the circulation of knowledge.

Or, to say it otherwise, to think of collaboration practices as experimental forms for ethnographic research. Building on the practices of experimental sciences, both Isabelle Stengers (2006) and Hans-Jorg Rheinberger (1997) have characterized ‘experimentation’ as the sociomaterial craft of devices that pose us new questions. An experiment is a controlled situation that has the power to convey us with the power to speak and think otherwise about our world, as creating ‘causes for thought.’ More concretely, Rheinberger (1997) describes experiments as a situations that allow experimenters to pose new questions that they might not even have had in advance. Thus, we would like to think of collaboration practices as experiments that allow anthropologists to pose questions that they might still not be able to grasp. Collaboration is, therefore, not simply a methodological strategy but a relational and epistemic mode anthropologists recursively unfold to pose questions that are still not able to articulate. In this vein, ‘experimentation’ becomes a figure for capturing the transformation of ethnography in these situations (Marcus 2013).

Building from this, in this invited panel we would like to focus on a cluster of modes of field engagement derived from these transformations and problematizations that we might call ‘ethnography as collaboration/experiment.’ We would like the slash in our title to direct our attention to collaboration as an experiment, proposing experimentation as a strategy for problematizing the diverse and always particular modes of collaboration. It is our believe that different modes of experimentation/collaboration might entail a proposal for ‘rethinking from’ and maybe ‘experimenting with’ new ethnographic modes (Harvey & Knox, 2008; Rabinow, 2011). Hence, in this invited panel we are interested in works addressing the specificities of those modes of engagement we deem ‘collaborative’ and what we mean when we call a relation collaborative. Indeed, we would like to to pay attention to the temporalities of these relations and when they might be said to be collaborative and how they might be sustained in time. It is our believe that these questions challenge us with new questions related to our role as anthropologists:

  • What are the contexts –in spatial, temporal and relational terms- needed for ethnography as collaboration/experiment to happen?
  • How could experimental collaboration be established and maintained? What are its catalysers and experimental devices? Could experimental collaboration explode, such as laboratory experiments sometimes do?
  • What might the methodological, epistemic and relational transformations of such collaboration/experiments be? How is the expertise of social science redistributed in these experimental collaborations? Could collaborative experiments in the field make us think of more experimental forms of fieldwork collaboration?

In sum, we believe that paying attention to the contemporary contours of ethnography as ‘collaboration/experiment’ might offer us the possibility of exploring new conditions for the production of anthropological knowledge.

References

Faubion, J. D., & Marcus, G. E. (Eds.). (2009). Fieldwork Is Not What It Used to Be: Learning Anthropology’s Method in a Time of Transition. Ithaca, NY: Cornell University Press.

Fassin, D., & Bensa, A. (Eds.). (2008). Les politiques de l’enquête: Épreuves ethnographiques. Paris: La Découverte.

Fish, A. et al. (2011). Birds of the Internet: Towards a field guide to the organization and governance of participation. Journal of Cultural Economy, 4(2), 157–187.

Harvey, P., & Knox, H. (2008). “Otherwise Engaged:” Culture, deviance and the quest for connectivity through road construction. Journal of Cultural Economy, 1(1), 79–92.

Holmes, D., & Marcus, G. E. (2005). Cultures of Expertise and the Management of Globalization: Toward the Refunctioning of Ethnography. In A. Ong & S. J. Collier (Eds.), Global Assemblages: Technology, Politics, and Ethics as Anthropological Problems (pp. 235-252). Oxford: Blackwell.

Holmes, D. R., & Marcus, G. E. (2008). Para-Ethnography. In L. Given (Ed.), The SAGE Encyclopedia of Qualitative Research Methods (pp. 596–598). Thousand Oaks, CA: Sage.

Hymes, D (Ed.) (1972). Reinventing anthropology. New York: Random House

Juris, J. S. (2007). Practicing Militant Ethnography with the Movement for Global Resistance (MRG) in Barcelona. In S. Shukaitis & D. Graeber (Eds.), Constituent Imagination: Militant Investigation, Collective Theorization (pp. 164-176). Oakland, Calif: AK Press.

Kelty, C. et al. (2009). Collaboration, Coordination, and Composition: Fieldwork after the Internet. In J. D. Faubion & G. E. Marcus (Eds.), Fieldwork is Not What it Used to Be: Learning Anthropology’s Method in A Time of Transition (pp. 184–206). Ithaca, NY: Cornell University Press.

Lury, C., & Wakeford, N. (Eds.). (2012). Inventive Methods: The happening of the social. London: Routledge.

Marcus, G. (2013). Experimental forms for the expression of norms in the ethnography of the contemporary. Hau. Journal of ethnographic theory, 3(2), 197–217.

Nowotny, H., Scott, P., & Gibbons, M. (2001). Re-Thinking Science: Knowledge and the Public in an Age of Uncertainty. Oxford: Polity.

Rabinow, P. (2011). The Accompaniment: Assembling the Contemporary. Chicago: University Of Chicago Press.

Rheinberger, H.-J. (1997). Toward a History of Epistemic Things: Synthesizing Proteins in the Test Tube. Stanford, CA: Stanford University Press.

Ruby, J. (1992). Speaking For, Speaking About, Speaking With, or Speaking Alongside: An Anthropological And Documentary Dilemma. Journal of Film and VIdeo, 44(1-2), 42–66

Savage, M., & Burrows, R. (2007). The Coming Crisis of Empirical Sociology. Sociology, 45(5), 885-889.

Stull, D., & Schensul, J. J. (1987). Collaborative research and social change: applied anthropology in action. Boulder, CO: Westview.

Stengers, I. (2006). La Vierge et le neutrino : Les scientifiques dans la tourmente. Paris: Les Empêcheurs de Penser en Rond / La Découverte.

Strathern, M. (2012). Currencies of Collaboration. In M. Konrad (Ed.), Collaborators Collaborating. Counterparts in Anthropological Knowledge and International Research Relations (pp. 109-125). New York and Oxford: Berghahn.

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13th EASA Biennial Conference
Collaboration, Intimacy & Revolution – innovation and continuity in an interconnected world
Department of Social and Cultural Anthropology, Estonian Institute of Humanities, Tallinn University, Estonia
31st July – 3rd August, 2014

Convenors

Adolfo Estalella (The University of Manchester)
Tomás Sánchez Criado (Universitat Autònoma de Barcelona)

Panel Discussant
Alban Bensa (Iris – EHESS), French anthropologist, Directeur d’études at the Ecole des Hautes Etudes en Sciences Sociales and joint director of the IRIS (Institut de recherche interdisciplinaire sur les enjeux sociaux – Sciences sociales, Politique, Santé), with field expertise in New Caledonia and the Kanak people. He has worked on the epistemological and political groundings of an anthropology of action, the event and social transformations. He has also worked on the political and practical conditions of anthropological fieldwork, a field in which he has recently co-edited with Didier Fassin the book Les politiques de l’enquête. Épreuves ethnographiques (2008).

Key dates
Call for papers: 27/12/2013-27/02/2014
Registration opens: 10/04/2014
End of early-bird rate: 22/05/2014

14 Jan

Experimentar con la colaboración etnográfica, colaborar en experimentos etnográficos

Publicado originalmente en el blog del proyecto de investigación EXPDEM

El presente texto es parte de una reflexión conjunta a lo largo de los últimos meses junto con Adolfo Estalella, que ha cristalizado en el panel invitado ‘Ethnography as collaboration/experiment’ para la EASA 2014, abierto a la recepción de propuestas hasta el 27 de febrero de 2014.

Por otro lado, mi inquietud política y epistémica por la experimentación con la colaboración etnográfica o por la colaboración en la experimentos etnográficos está plenamente vinculada a mi participación como etnógrafo/documentador en el proyecto “En torno a la silla”, un pequeño colectivo activista que experimenta con el diseño libre, abierto y colaborativo de productos de apoyo desde la filosofía de la diversidad funcional (mi particular colaboración, asimismo, en los estudios de caso del proyecto EXPDEM); una práctica de aprendizaje que se ha vuelto a su vez un lugar para la exploración reflexiva sobre el “quién puede diseñar” o el “cómo y para quién se diseña”. Para ello nos hemos dotado de algunas infraestructuras digitales colaborativas para el registro y la descripción de las situaciones, extremadamente frágiles, ante las que nos vamos enfrentando para pensar “qué hacemos”, “cómo y para qué lo hacemos” o “hasta dónde podremos seguir” (dada la precariedad de medios), como el blog del proyecto o un documental interactivo en proceso de realización…

2013-06-13 18.54.33

1. El trabajo de campo nunca volverá a ser lo que fue…

¿Y si el trabajo de campo etnográfico ya no tuviera lugar en el campo (con tribus o grupos pequeños)? ¿Y si las personas con las que nos relacionamos ya no fueran “informantes”? ¿Y si no hiciera falta irse a un lugar remoto para documentarlo exhaustivamente, compararlo con nuestra forma de vida y decir algo interesante sobre el mundo que vivimos? ¿Y si quien fuera lejos (geográfica o metafóricamente) y volviera para contarlo no siempre tuviera la razón, ni controlara el relato, porque lo que dice en ese “estuve allí, hice esto, esto es así” circula con cada vez mayor supervisión, ya sea de comités de ética disciplinares o de las propias comunidades con las que se trabajó? ¿Y si lo que investigamos ya no tiene sentido únicamente para ser publicado bien como monografía o como obra audiovisual?

Por si no hubiera suficientes problemas con el ejercicio de la práctica etnográfica (de la que están los libros llenos, véase por ejemplo, el fantástico manual de Guber, 2005), ante muchos de estos dilemas se están enfrentando innumerables etnógrafos. De hecho, desde hace varias décadas se habla exhaustivamente y con profusión de “la crisis reflexiva de la etnografía”, un terremoto anti-exotizante y descolonizador que sacude internamente la disciplina de la antropología, poniendo el acento en los problemas epistémicos y políticos del ethos realista/naturalista del trabajo de campo, cuyos asertos fundan su autoridad en periodos prolongados de “inmersión” (al modo de la observación participante malinowskiana), así como en particulares modos de representación con autoría individual, derivados cientificistas del relato de viajes. Desde entonces, innumerables trabajos han venido sacando a la luz el problema de las retóricas, de los modos de producción de conocimiento, de la interpretación y las múltiples maneras en las que se puede teorizar y componer el relato etnográfico más allá del género naturalista exotizante sobre un pueblo o tribu con autoría individual (Clifford & Marcus, 1986; van Maanen, 1988). Como resultado, y tal y como reza el título de una reciente compilación, “el trabajo de campo ya no es lo que era” (Faubion & Marcus, 2009).

Numerosos trabajos están problematizando estas cuestiones a partir de una reflexión sobre las propias condiciones del trabajo de campo etnográfico en el mundo contemporáneo, considerando los formatos de construcción de objetos de indagación, la localización geográfica de los mismos, así como los formatos de producción de conocimiento que debemos o podemos buscar. Por ejemplo, se habla de llevar el trabajo de campo más allá de la localidad o el lugar único, proponiendo y discutiendo sobre las promesas y problemas de formatos de “etnografía multi-situada o multilocal” (Marcus, 2001; Candea, 2010): respondiendo al intento de capturar objetos etnográficos con escala multi-local, como las nuevas corporaciones transnacionales o las ordenaciones (post)coloniales. Pero, también, de romper con los modos de presentación y producción de conocimiento de la etnografía, realizados en muchas ocasiones al modo de una crítica “externa”, en dos sentidos: sobre la base de un corpus teórico ajeno en muchas ocasiones al lenguaje nativo, hechos por foráneos o extranjeros que llegan y se van, no responsabilizándose en muchas ocasiones por el devenir de lo que ahí ocurre.

Como modo de tomar en consideración los problemas éticos y epistémicos que este tipo de gestos provoca, se ha venido proponiendo que nuestros trabajos etnográficos estén más bien centrados en producir formas de “crítica inmanente”, expresadas en el lenguaje nativo, intentando co-articular los problemas con los del campo para evocar nuevas soluciones (Marcus & Fischer, 1999); pero también se propone como alternativa “repensar la teoría etnográficamente”, no al modo de un nuevo naturalismo, sino intentando convertir los modos epistémicos presentes en nuestros objetos de investigación en aquello desde y con lo que construimos nuestros conceptos y teorizaciones, siempre contingentes y situadas (Henare, Holbraad & Wastell, 2007).

En suma, el campo, según Gupta y Ferguson (1997), se ha venido convirtiendo cada vez más en un “lugar político”, rompiendo con la vieja homología etnográfica entre “lugar geográfico” y “objeto o tema” que obligaba a dar cuenta del pueblo al que se iba a hacer trabajo de campo (siendo la etnografía un ejercicio de “inscribir o relatar un ethnos”, generándose, a su vez, teorizaciones prioritariamente sobre la base del modelo de la tribu o la comunidad). La propuesta de Gupta y Ferguson vendría a ser la re-construcción teórica y metodológica de nuestros objetos de investigación, explicitando la política de nuestras elecciones, así como politizando la forma en la que la llevamos a cabo (Amit, 2000): ya sea por la reflexión sobre la geografía y los modos de producción de conocimiento (esto es, la selección del lugar, el tema y el qué observar; los recortes sobre los materiales y su autoría; las instituciones que promueven y sancionan la veracidad de lo así dicho) como por el intento de que su resultado no sea necesariamente un mero producto académico.

Esto está llevando a la producción de relatos evocativos o detonadores de reflexiones y acciones que tienen por objetivo no sólo describir, sino generar debate sobre sus propias condiciones de producción –centrándose en las condiciones de la producción de verdad y sus limitaciones (Fassin y Bensa, 2008)-, que buscan intervenir o interferir en la obsesión analógica/totalizante del trabajo de campo al modo naturalista (Strathern, 2004), reivindicando la explicitación de los métodos empleados, sus huecos, la parcialidad de su tarea, sus recortes y alteridades –así como su violencia- como algo constitutivo al ejercicio epistémico y político implicado en todo acto de “dar cuenta de” (para una buena intervención en estos debates, véase el texto de Marrero, 2008).

Han corrido ríos de tinta sobre estas cuestiones y no pudiera pretender resumir más que brevemente algunas de sus tensiones. En este escrito, sin embargo, quisiera introducir y animar una reflexión en torno a la promesa metodológica, epistémica y política de uno de los aspectos que han ido ganando más relevancia frente a esta recurrente crisis sobre la producción de conocimiento en la etnografía: el estallido de “la colaboración” como campo experimental de producción de conocimiento y como lugar para dirimir qué se puede decir y cómo, así como quién puede decirlo…

2. El estallido de la colaboración etnográfica y la promesa de una etnografía más abierta/en abierto

 “La colaboración”, por tanto, se nos aparece como nuevo tropo etnográfico a partir del que se está produciendo una de las renovaciones metodológicas más interesantes en este horizonte de crisis: ya sea como tema (las nuevas formas colaborativas del mundo contemporáneo) o como nuevo objeto metodológico de la etnografía (las nuevas formas de colaboración con las personas y colectivos “con los que” investigamos), en tanto que pone el foco prioritariamente en la intervención sobre los formatos de la voz, la autoridad y la autoría etnográfica.

Como comenta con profusión Annelise Riles (2013), la colaboración no es, ni mucho menos, algo nuevo en la etnografía –véase los ejemplos y dilemas éticos planteados por Ruby (1992) en el ámbito de la antropología visual y el documental–, como tampoco lo es en la investigación social (véase el post de Sergi Fàbregues). Pero sí pudiéramos decir que existen situaciones y dinámicas contemporáneas que están produciendo transformaciones colaborativas profundas en el modo de producción contemporánea del conocimiento, que contienen tanto promesas como nuevas condiciones problemáticas sobre cómo llevar a cabo nuestra tarea etnográfica. Buena prueba de esta renovada esperanza depositada en la colaboración son las diferentes contribuciones que inauguraban la interesante revista Collaborative Anthropologies (véase Cook, 2008; Field, 2008; Fluehr-Lobban, 2008; Holmes & Marcus, 2008a; Peacock, 2008; Rappaport, 2008; Reddy, 2008; Schensul, Berg, & Williamson, 2008).

Una de las transformaciones innegables de las que debiéramos dar cuenta sería el estallido del uso de innumerables plataformas digitales para el trabajo colaborativo como nueva infraestructura para el desarrollo de la colaboración etnográfica. De hecho, estas plataformas están siendo analizadas y empleadas en algunos proyectos etnográficos contemporáneos –cómo el trabajo de Kelty et al. (2009) sobre la participación en internet, o el trabajo de Fortun (2012) sobre el asma–, en la medida en que permiten probar y componer diferentes modalidades de la colaboración (Fish et al., 2011), o por emplear las palabras de Adolfo Estalella, en su curso impartido hace escasos días, porque quizá estos métodos y medios digitales nos permitan testear “nuevos prototipos para la investigación social” (métodos siempre en ß, como las versiones del software libre).

Sin duda, la transformación y las posibilidades que estas plataformas digitales pueden ser enormes (para una reflexión más detallada sobre el contenido y el método de estas cuestiones, véase Estalella, 2011): no ya sólo porque estas plataformas pueden llegar a permitir una reconfiguración de la división del trabajo epistémico –más allá de la que distingue o separa a investigadores, de un lado, y sujetos de la investigación, a otro–, permitiendo de diferentes modos la implicación epistémica y la autoría a las propias comunidades con las que se investiga, sino porque también se sitúan en la encrucijada de la economía política del conocimiento contemporánea. Una economía política del conocimiento que afecta no ya sólo a los modos de colaboración o participación, sino que puede llegar a alterar profundamente los modos y los medios en que se registra, documenta y hace circular la información relevante para una indagación, por no hablar de la articulación de formatos de autoría, así como los formatos de sanción de la verdad ahí producidos (más allá de las sanciones puramente disciplinares).

Estas nuevas plataformas digitales colaborativas han generado en algunas personas el interés de llevar a cabo lo que podríamos llamar una etnografía “más abierta” o “más en abierto” (a more open ethnography; nótese que se plantea como una cuestión de grado, no como la posibilidad de una apertura total), puesto que quizá permitan un incremento de la trazabilidad/transparencia/visibilidad de los contenidos y medios a partir de los que pensamos, pero también porque posibilitarían una apertura de las capturas digitales y de ciertos materiales etnográficas para su reinterpretación colectiva: esta es la razón por la que por ellas se hace circular un ideal ético-político de producción colaborativa y en abierto del conocimiento, abriendo la investigación a escrutinio, pero no necesariamente o no sólo de sus materiales (porque habrá algunos que no puedan abrirse), sino de su proceso de articulación; una etnografía que se coloque en un lugar visible, que no esconda su proceso de producción, que busque una suerte de permanente ‘objetivación participante’ (Bourdieu, 2003): una objetivación, una explicitación de los modos en que producimos conocimiento, pero objetivando a su vez los modos e infraestructuras de las que nos dotamos para pensar colaborativamente. Un formato que permitiría que más gente pudiera interpelarnos e intervenir en nuestros procesos de indagación y de pensamiento que introducen, a su vez, nuevos problemas, dilemas y retos éticos (como el creciente registro, localización y trazabilidad de informantes en situaciones problemáticas o comprometidas).

“Lo digital”, por tanto, se nos aparece como un lugar de exploración y de observación, en tanto y en cuanto puede estar siendo el lugar de la más profunda “reconfiguración e innovación de nuestros métodos” (Lury & Wakeford, 2012; Marres, 2012; Ruppert, Law & Savage, 2013). Tal y como lo muestran las innumerables reflexiones sobree el código abierto y la propiedad intelectual de muchas de estas plataformas, con todo el sinfín de discusiones sobre el control y la circulación de la información y de las infraestructuras informacionales que abren (Kelty, 2013; Coleman, 2013), nos hablan de un vector prometedor, pero también de un nuevo lugar comprometido para el desarrollo de nuestras formas etnográficas colaborativas… Sin olvidarnos de las trampas y los agujeros negros de la colaboración, o los compromisos ante los que nos sitúan los fines “extractivos” desarrollados por algunos formatos corporativos (Riles, 2013).

En cualquier caso, esta alteración profunda en el “cómo” y en el “quién” de lo empírico permitida por estas nuevas infraestructuras para la colaboración epistémica no supone necesariamente que las personas formadas en las ciencias sociales dejen de tener importancia, que su entrenamiento y sus prácticas no sean relevantes para la producción de un discurso riguroso y comprometido sobre el mundo, pero que no sólo lo pueden ser “porque sí” y menos “por encima de” las personas sobre, acerca de, junto con las que habla o reporta (más aún cuando las propias infraestructuras de las que nos dotamos para explorar e indagar colaborativamente están llevando a que se distribuyan, valoren y visibilicen las tareas de las que hace gala los etnógrafos –el trabajo analítico e interpretativo, el trabajo documental- permitiendo una pluralización sin límites de los accounts y de los accountants). Pero tampoco suponen necesariamente que la única alternativa posible sea alinearse con la crítica a lo académico o científico tout court que se estila por parte de algunos científicos sociales militantes que, de una manera perfectamente comprensible y razonable, operan desde los márgenes, poniendo sus saberes y sus métodos al servicio de los colectivos desfavorecidos, los movimientos sociales o de grupos subalternos.

Creo que más bien nos situamos ante un horizonte donde los límites entre lo académico y lo profano, entre lo epistémico y lo político pueden ser re-pensados experimentalmente a partir del empleo y exploración de diferentes modos/métodos de colaboración: ese el horizonte prometedor y comprometido (en los dos sentidos del término: de implicación activa y de situación de compromiso), que anima este breve escrito.

3. El reto de las situaciones ‘para-etnográficas’ para el desarrollo de una etnografía como colaboración/experimento

¿Qué puede querer decir experimentar en diferentes prácticas colaborativas? Si importamos al ámbito etnográfico (véase Sánchez Criado y Callén, 2013) las ideas sobre lo que para la filósofa de la ciencia Isabelle Stengers caracteriza la experimentación –en su caso en las ciencias experimentales- pudiéramos pensar que la principal novedad reside en montar situaciones (en su dimensión híbrida sociomaterial) para dotar a lo que en esa situación emerja del poder de dotarnos del poder de hablar y pensar de nuevas maneras; esto es, un montaje experimental de situaciones para generar “nuevas causas del pensamiento” (Stengers, 2006, 2010): el montaje experimental de dispositivos epistémicos siempre abiertos a nuevas preguntas a partir de lo que ahí surge, basados en intentar advertir la novedad radical de cada forma de colaboración… (Harvey, 2008; Marcus, 2013).

Sin embargo, la preocupación por el desarrollo de estos formatos colaborativos para la etnografía quizá llegue tarde a la escena… O al menos a algunas de ellas. Pienso, por ejemplo, en la escena de las movilizaciones digitales ocurridas en torno a la cultura libre en el estado español (por no hablar de lo ocurrido en el 15M), donde a mi juicio en los últimos años se ha venido viviendo un verdadero estallido de distintas “comunidades epistémicas experimentales”, que han venido desarrollando e implementando los más diversos métodos y dispositivos colaborativos de experimentación epistémica dirigidos a los más diversos objetos/temas de análisis… hibridando en innumerables ocasiones la exploración científica y la investigación militante (Lafuente, Alonso & Rodríguez, 2013). Un sinfín de grupos o colectivos que han venido rompiendo con los modos tradicionales de investigar y de hacer comunidad, experimentando radicalmente con formatos de colaboración epistémica digital para dotarse de medios compartidos para una exploración colectiva en la que no se termina como se empezó, donde las categorías analíticas son permanentemente puestas en duda, como parte de un ejercicio de “pensar(se)”; pero también donde sus formatos de colaboración no quedan indemnes del ejercicio experimental, como parte de un trabajo permanente de “componer(se)” –siendo uno de los mejores casos para pensar en ello el propio Foro de Vida Independiente y Divertad, una “red de conocimiento emancipador“, en palabras de Antonio Centeno-.

La colaboración etnográfica con estas “comunidades epistémicas experimentales” creo que nos sitúa de una forma específica ante el reto de lo que Holmes y Marcus (2005, 2008b) han venido denominando situaciones “para-etnográficas”: aquellas en las que estamos investigando en entornos con sujetos altamente reflexivos sobre sus propias prácticas, empleando en muchas ocasiones el uso de prácticas, modos, métodos de registro y pensamiento muy similares a los de la propia etnografía, reclamando para sí en ocasiones el monopolio de las interpretaciones sobre sus prácticas. Imaginemos entornos científicos, corporativos o de saberes expertos (como espacios institucionales financieros o empresariales), pero también contextos artísticos o activistas, donde nuestra práctica de investigación etnográfica es permanentemente interpelada como práctica epistémica: ya sea porque el monopolio de la verdad “reside en” nuestros informantes (que no tolerarían o no estarían interesados en considerar ni tan siquiera nuestras interpretaciones, a menos que fueran parte de la propia comunidad), o porque son ellas o ellos el vector de la experimentación y la colaboración (Estalella y Corsín, en prensa; Calzadilla & Marcus, 2006), empleando con sutileza innumerables herramientas y estrategias para la colaboración epistémica para las que en ocasiones no somos más que unos ineptos.

Este tipo de contextos para-etnográficos hacen visible o más explícita una tensión específica sobre la producción de verdad que recorre en estos contextos colaborativos/experimentales contemporáneos. ¿Qué puede querer decir experimentar con la colaboración etnográfica en estos contextos? ¿Qué sentido puede tener en ellos querer proponer una redistribución de la etnografía –una redistribución de la experticia, de los modos de producir conocimiento, de los procedimientos de documentar, de la construcción de preguntas a partir de ciertos cuerpos disciplinares y de preguntas encontradas en el campo– más allá de la academia, convirtiéndola quizá en una herramienta “de código libre”? ¿De qué manera montar nuevas situaciones para pensar colaborativamente en ese tipo de espacios? Y, de forma más importante, ¿cómo experimentar con la colaboración puede ser  un modo de hacer crecer otros formatos para la etnografía?

Quizá el encuentro etnográfico colaborativo como lugar de la experimentación implique una transformación de qué hacemos junto con la gente y cómo, así como en el tipo de productos que tiene sentido que desarrollemos a partir de ello, lo que abre ante nosotros no ya sólo una vía de exploración sobre cómo desarrollar formatos colaborativos, sino de colaboración en la experimentación; siendo el principal reto para ello no sólo emular formatos y métodos de otras prácticas, sino la búsqueda y prueba de un método propio para cada indagación (Riles, 2013), dotándonos de los espacios, tiempos e infraestructuras necesarias para ello. En cualquier caso, sólo una reflexión atenta sobre la práctica con estos nuevos formatos de etnografía como “colaboración/experimento” podrán hacernos ver qué nuevos caminos y limitaciones empíricas puede haber o pueden plantearse para el desarrollo de una etnografía que pudiera ser “más abierta” y “comprometida”…

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