14 Apr

ETNOGRAFIA, EXPERIMENTACIÓN, DISPOSITIVOS DE CAMPO Y COLABORACIONES: UNA ENTREVISTA CON ADOLFO ESTALELLA Y TOMÁS SÁNCHEZ CRIADO

El equipo editorial de la revista (con)textos: revista d’antropologia i investigació social de l’Associació Antropologies y, en particular, Violeta Agudo-Portal han tenido la amabilidad de entrevistarnos inaugurando su sección de entrevistas.

En la entrevista reflexionamos sobre el libro que co-editamos Experimental Collaborations: Ethnography through Fieldwork Devices y, más específicamente, los proyectos en torno a la invención antropológica que la plataforma #xcol – Experimental collaborations ha venido abriendo desde sus inicios.

Esta entrevista surge como un espacio para charlar sabre la etnografía, las colaboraciones y la experimentación. El libro que editan recoge y extiende las reflexiones surgidas en las años ochenta en el marco de la publicación de Writing Culture (1986). El volumen no pretende formular nuevas metodologías, sino que aporta una recopilación que George E. Marcus denomina “minimalista” en este sentido. En esta ocasión, la etnografía y el “campo” (the field) se piensan con y a través de la conceptualización y práctica de la colaboración. Se distinguen tres tipos de colaboraciones: El Modo 1, apunta a la prexistente colaboración en el campo, con practicas de origen extractivista asentadas en la jerarquización de las posiciones y relaciones. El Modo 2, aborda la antropología publica y sus alianzas con el activismo, enmarcadas en un trabajo de campo que tiende a estar prediseñado y donde la colaboración esta a su servicio en gran medida. El Modo 3, al que las editores dedican el título del volumen, concibe la colaboración conceptualmente y en la practica coma innovación. Para ello elaboran este modo con términos coma experimento o dispositivo. “Colaboraciones experimentales,” una experimentación que Estalella y Sánchez Criado puntualizan no es novedosa en el trabajo de campo, pero que, sin embargo, no ha encontrado lugar en la mayoría de las textos o monografías, y par lo tanto cuenta con un vocabulario reducido.

Publicada en (con)textos: revista d’antropologia i investigació social, 8

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ENTREVISTA REALIZADA POR: VIOLETA ARGUDO-PORTAL

EQUIPO EDITORIAL REVISTA (CON)TEXTOS ASSOCIACIÓ ANTROPOLOGIES

VIDEOCONFERENCIA, 2 DE MAYO DE 2019

[Durante la videoconferencia Adolfo Estalella tuvo problemas de conexión y, por lo tanto, Tomás Sánchez Criado retomó parte de la conversación cuando esto ocurría]

V.A-P: Nos gustaría que nos explicarais, sobretodo para quienes no han tenido oportunidad de leer el volumen o no conocen vuestro trabajo, cómo surge esta reflexión en torno a las colaboraciones experimentales y la etnografía.

A.E: Pues cómo surge… yo diría que surge de un encuentro personal entre nosotros dos cuando estábamos haciendo trabajo de campo tanto en Madrid coma en Barcelona. Así lo contamos en un artículo en espera de ser publicado, en el que detallamos cómo llegamos algunas de estas reflexiones. Creo que el título del artículo es lo suficientemente iluminador de la propuesta que hacemos: “Do it Yourself Anthropology”. Uno de los dos elementos fundamentales del contexto en el que nos encontramos es el 15M, una época de intensa efervescencia urbana, cuando la ciudad esta poblada de todo tipo de colectivos tratando de habilitar nuevas formas de vida en común, en ese marasmo estamos nosotros investigando y aprendiendo de gentes distintas: activistas, diseñadoras, arquitectos….

Estamos en una ciudad que, coma decimos en el artículo, se ha poblado de vacíos urbanos, vacíos que invitan a repensar y a reinventar la ciudad. Y nosotros paradójicamente nos movemos, en torno a esos vacíos, pensando con otra gente, y al mismo tiempo nos encontramos con un vacío disciplinar, pues no tenemos ningún tipo de enraizamiento dentro de la tradición antropológica española, y no lo tenemos no par desapego sino par las vicisitudes de nuestra trayectoria profesional.

Entonces, tenemos par un lado la falta de interlocutores dentro la academia y, por otro lado, la experiencia de que el tipo de investigación que hacemos ha cambiado con respecto a proyectos previos, nuestros modos de indagar con la gente que nos encontramos son otros… y creemos que merecen ser narrados. Así surge el volumen de Experimental Collaborations, que no es otra cosa que un intento por narrar modos de indagación etnográfica que no se ajustan a los tradicionales ‘tales of the field’…

Sin pretender expresar ningún tipo de novismo o de novedad en la disciplina, no hacemos un argumento sobre la novedad de estas formas de indagaci6n experimental, al contrario, pues pensamos que siempre han formado parte de los modos de indagar antropológicos. Nuestro argumento va en otro sentido y señala la necesidad de describir empíricamente y conceptualizar de manera precisa esos modos experimentales que han sido ignorados, pero que son muy relevantes al abrir la posibilidad de modos de indagación antropológica.

T.S.C: Creo que hay un espacio que nos conecta más personalmente a Adolfo y a mí, y que conecta mucho con estas maneras de pensar y de indagar en relación con una crisis de los saberes expertos que ocurre más genéricamente con el 15M, que es el ámbito de las estudios sociales de la ciencia y la tecnología, en cuyo intento de institucionalización ambos hemos estado también muy implicados.

Por un lado, hemos estado haciendo trabajo de campo con profesionales técnicos y científicos: en el caso de Adolfo ha estado trabajando con arquitectos, colectivos de arquitectura. En mi caso, con diseñadores amateurs y profesionales implicados en el ámbito del cuidado y la vida independiente. Pero, por otro lado, la Red de estudios sociales de la ciencia y la tecnología (RedesCTS) fue un espacio en el que nos encontramos muy cómodos, porque se trataba casi de una extitución antes que una institución. Allí nos encontramos con mucha otra gente que venía de campos coma la sociología, la psicología social y cultural o la historia de la ciencia. Hablo de extitución porque aparecimos coma una especie de prototipo de una nueva forma de asociación científica: explícitamente híbridos y mixtos, con la voluntad de juntarnos con la propia gente con la que estábamos colaborando en nuestros trabajos de campo, pensar junto con ellas, generar contextos de interlocución, modos de indagación común, más o menos complicados. A veces ha salido, otras no.

Ese espacio extitucional que son los estudios de la ciencia y la tecnología digamos que nos abrió a un montón de reflexiones muy poderosas. Nuestra relación con ese espacio de alguna manera se refleja en el vocabulario que también empleamos a la hora de plantear esta exploración sobre las maneras en que hemos estado haciendo trabajo de campo. Ahí encontramos por qué utilizamos un vocabulario relacionado con la experimentación y no sólo la colaboración, que es lo mas común quizás en la literatura etnográfica que reflexiona sobre las nuevas condiciones del trabajo de campo en la contemporaneidad y demás. Pero bueno, curiosamente, muchas de las reflexiones que en el ámbito de la antropología en lengua inglesa sobre cómo repensar, modificar y reapropiarse los modos de hacer trabajo de campo, se hacen también en esa encrucijada.

La encrucijada entre una antropología de la contemporaneidad que se piensa muy vinculada a la transformación de los saberes, que piensa la crisis de la modernidad, que piensa la crisis del saber experto, que piensa la pluralidad de saberes que tienen que ser convocados en la propia antropología o que abre la antropología a otras para que la ocupen. Estoy pensando par ejemplo en el caso de Estados Unidos donde gente como Kim Fortun, o claro, anteriormente George E. Marcus, Michael Fischer o Paul Rabinow abrieron toda una conversaci6n en esta dirección. Par situar un poco dónde surge lo que comentamos.

Adolfo y yo nos conocemos, antes que como antropó1ogos a secas, como antropó1ogos interesados en pensar una antropología de la ciencia y la tecnología: en ese espacio extitucional, en el momento de cierre de nuestras tesis y en momento de apertura de otros trabajos de campo. Es ahí donde surgió la conversaci6n en torno a una pregunta muy sencilla: ¿Qué narices nos está pasando? A él le pasa trabajando con colectivos de arquitectura en Madrid, que se ponen a pensar infraestructuras abiertas para rehacer la ciudad. Y a mí me pasa en Barcelona, muy vinculado a la gente del foro de vida independiente y al activismo de la diversidad funcional, que de repente entran en una especie de delirio que quieren rediseñar sus espacios de encuentro, sus sillas de ruedas, quieren rediseñar la manera en que de relacionan con lo que se suelen denominar ‘ayudas técnicas’. Ambos grupos ponen patas arriba el orden instituido y las jerarquías del diseño de la ciudad y de las tecnologías.

Como veis esto tiene que ver con una cosa más complicada que un mero contexto. Más bien se trató de una transformación del papel que tenía el saber y, por lo tanto, que impactó directamente en nuestra propia manera de producir conocimiento a través de la etnografía. Vivir esa situación transforma la manera en que la etnografía ocurre porque no puedes estar en el campo única y exclusivamente con un cuaderno de notas, a tu bola. Tienes que generar unos contextos para compartir lo que allí está ocurriendo. Todo esto alteró profundamente para nosotros las maneras en que solemos pensar cómo debe ser la etnografía canónicamente, o al menos sobre cómo nos la explican las manuales.

V.A-P: La verdad es que habéis ido respondiendo muchas de las preguntas que tenía, pero voy a compilar varias cuestiones. Por un lado, en relación con una curiosidad sobre un dato que acabáis de comentar sobre la próxima publicación de un artículo que se titula “Do it Yourself Anthropology”. En este caso elegís hablar de antropología y no de etnografía. Sin necesidad de meternos a fondo en el campo de las distinciones entre ambas, pero nos gustaría saber que hay detrás de este traspaso terminológico de la etnografía a la antropología. Pero antes de ir a esa cuestión también quería retomar lo que comentaba Tomás, que ya se ha hablado en numerosas ocasiones sobre la colaboración en la antropología de la contemporaneidad, etc. Es interesante cómo en el volumen no sólo se aborda la acepción más romántica de colaboración, sino que también se reconocen otros aspectos menos idealizados. En este marco, ¿qué entendemos par “colaboraciones experimentales” en el trabajo de campo? ¿Y cómo se relaciona el volumen y esta propuesta con las diferentes crisis de reflexividad en torno a la etnografía, especialmente a partir de las arias ochenta?

T.S.C: Todo esto se inicia en 2014 con un panel en la EASA (Ethnography as collaboration/experiment) con un intento de pensar, después de varios años con Adolfo debatiendo sobre las vicisitudes de nuestro trabajo de campo. Empezamos a leer mucho sobre el giro colaborativo en la antropología: una crítica bastante temprana sobre el modo extractivista de pensar las relaciones de campo, que suele distinguir entre el informante y el informado, entre quien tiene preguntas y quien da respuestas, un modo de indagación criticado por su carácter individualista o colonial donde la estancia en el campo se transmuta en una autoridad como autor que da fe de aquello que ha visto.

Es un pacto o de cláusula de objetividad basada en la indexicalidad, similar a la que tienen las periodistas. Esta manera de narrar el encuentro etnográfico entra en crisis en los años 80, pero tambien los modos y maneras de hacer trabajo de campo. En nuestra revisión, sin embargo, también nos distanciamos de ciertas maneras que han sido reivindicadas como la solución a esto, en la forma de programas implicados o comprometidos.

De forma heurística en nuestra revisión, par tanto, hablamos de tres modos de colaboración. Hablamos de un modo 1, una forma extractivista de entender la circulación de información, donde se distingue quien informa y es informado. A continuación, repasamos lo que llamamos el modo 2, que sería el modo de la antropología implicada o comprometida, que genera espacios de co-escritura y co-análisis. Muchos de estos trabajos han sido una gran inspiración al estar trabajando ambos en espacios activistas. Sin embargo, nos parece que este modo suele tener demasiado claros los objetivos políticos de la intervencion, y se suele seguir haciendo una distinción muy fuerte entre quien es antropóloga y quien no. Es por ello que distinguimos un modo 3, o experimental, donde la colaboración requiere un enorme trabajo de diseño para generar espacios abiertos de problematización conjunta, de co-investigación y donde los otros devienen pares epistémicos.

Este modo 3 remite mucho al momento en que estábamos haciendo nuestro trabajo de campo. En el momento posterior al 15M, con todas sus ramificaciones enormes, es un momento de gran incertidumbre. La crisis, que es también una crisis de los saberes expertos, no sólo una crisis económica como se suele narrar, también va vinculada a una fortísima apropiación activista crítica de la manera en que debe repensarse quién o cómo se investiga. El modo 3 es nuestro hallazgo etnográfico. Nos dimos cuenta que muchas de las cosas que estábamos haciendo no podían ser descritas al modo 1 ni en el modo 2, que la inventiva de las situaciones vividas con esos pares epistémicos necesitaba quizá de otro vocabulario para poder ser descrita. Aquí nuevamente los estudios sociales de la ciencia y la tecnología fueron muy relevantes para describir y dar cuenta de su detalle concreto. Autores coma John Law han venido trabajando sobre lo que denominan ‘la vida social de los métodos’, prestando atención a los métodos coma peculiares dispositivos que ordenan el mundo y las relaciones de modos siempre peculiares, donde la actividad investigativa es generativa de mundo.

Nuestro trabajo hacía muy presente el papel de diferentes dispositivos: plataformas web para pensar juntas o blogs para documentar y reflexionar conjuntamente nuestras experiencias transformaban la investigación solitaria en un campo común, donde las espacios de análisis y la toma de notas se convertían en algo compartido, generativo de otras relaciones de problematización conjunta: donde infraestructuras abiertas coma Ciudad Escuela permitían repensar la ciudad contemporánea y sus propiedades, donde el diseño abierto desde la diversidad funcional de En torno a la silla nos permitía ensayar otras posibilidades de relación distintas a las que ofrece y hace posible la concepción dependentista del estado de bienestar. Así, empezamos, poco a poco, a hablar e intentar nombrar los “dispositivos etnográficos” que nuestros trabajos de campo en esos lugares tan peculiares habían hecho disponibles.

Entonces, par ejemplo, nos encontrábamos con cómo nuestras investigaciones estaban repletas de dispositivos u ocasiones generativas: de repente acabas organizando eventos, donde acaban hablando muchas de las personas con las que estas trabajando, que se convertían no en lugares para enseñar lo ya sabido, sino para pensar juntas lo que nos estaba ocurriendo. Donde de repente los eventos que uno produce ya no son el producto final de un trabajo etnográfico, sino un dinamizador de la propia etnografía: Hacer una charla, hacer un evento, una documentación de un proceso, hacer una exposición, etc. se convertían en dispositivos para hacer trabajo de campo, no tanto para representarlo a posteriori.

Esa atención a los dispositivos de campo nos permitía describir las formas experimentales que nuestros trabajos de campo estaban tomando en situaciones que se parecen mucho a esas formas de vida emergentes (emergent forms of life) de las que habla Michael Fischer, el antrópologo norteamericano, tomando inspiración del filósofo e historiador de la ciencia Hans-Jörg Rheinberger y su análisis de los “sistemas experimentales”, como las laboratorios, que son entornos singulares donde se inscribe de muchas maneras lo que ocurre, y donde lo mas relevante es que lo que ocurre sirva para hacernos nuevas preguntas.

Pero antes que en el espacio cerrado de una ciencia institucionalizada, nuestras etnografías tomaban características de las propias condiciones experimentales ‘salvajes’ donde nos movíamos: con muchas personas generando dispositivos y condiciones de indagación sobre lo que les ocurre, lo que les pasa, sobre quienes son, a dónde vamos, de todo tipo. Pensemos, por ejemplo, en la PAH con un gran aparato de producción de inteligibilidades sobre las condiciones de la crisis inmobiliaria en España, donde además de toda la red de soporte interpersonal generan condiciones para hacer a la gente compartir sus experiencias, se sistematizan esos conocimientos y se producen informes, que a su vez sirven para generar una manera de repensar las relaciones con otros. De alguna manera peculiar hacían cosas que se parecen mucho a las que hacemos nosotros como antropólogos.

Entonces, bueno, nos dimos cuenta de que quizás lo que ocurre es que ya no es sólo una forma colaborativa en un sentido implicado o involucrado o comprometido, sino que estamos ante gente que está investigando. De alguna manera, lo que hace experimental nuestro trabajo no es el juego más o menos ficcional con las formatos de representación, sino el hecho de que estamos produciendo experimentos de campo al trabajar con “comunidades epistémicas” (coma las llaman Holmes y Marcus) más o menos en crisis, más o menos consolidadas, más o menos activadas donde el conocimiento y el saber forman parte de la propia manera de la que esta gente se conduce y que por eso mismo disputan la propia manera de producción de saber nuestra.

Pero, claro, lo que nos parece fascinante es cómo esto nos hace repensar qué puede ser la etnografía hoy, que es una reflexión que no es sólo nuestra evidentemente, es una reflexión muy profunda en los últimos treinta años de la antropología que se abre hacia muchos sitios: se la hace la gente de la antropología visual, sensorial, la gente que trabaja en la encrucijada con las STS, la gente que trabaja en diseño o en el ámbito urbano; hay hoy día muchas encrucijadas donde el objeto de interés de la disciplina, cómo hacemos trabajo de campo, para qué lo hacemos y cuáles son las condiciones de relevancia son objetos de indagación y experimentación constante.

V.A-P: Interesante… También nos ha llamado la atención que el “experimento etnográfico” no es tanto una desviación de la observación participante como una modalidad en sí misma. ¿Cómo se interrelacionaría la observación con la experimentación? Quizás a través de algún ejemplo…

T.S.C: En la introducción intentamos repasar el origen de la distinción entre experimentación y observación, que es mucho más reciente y más compleja de hacer de lo que pudiera parecer. Los orígenes del trabajo de campo antropológico, a finales del XIX, remiten a un momento de grandes prestamos epistémicos, y sus formas son un compuesto con gran inspiración naturalista en el trabajo de observación de bió1ogos o zoó1ogos, en muchas ocasiones en expediciones conjuntas. Pero el trabajo de campo de los naturalistas, como muchos trabajos en historia de la ciencia vienen mostrando repetidamente, está siempre en una relación constante con el trabajo experimental de laboratorio. En antropología, sin embargo, la experimentación ha tenido mala fama coma modo de explicar las modos de hacer de la etnografía. Reivindicar la experimentaci6n es un argumento complejo de hacer.

Como explican historiadores de la antropología como George Stocking Jr. la obsesión con la observación parece obra de la antropología social británica. Pero frente al relato malinowskiano de la observación participante como una relación naturalista, trabajos más recientes nos permitirían pensar si quizá la observación en el campo también fue una forma experimental para la antropología. El reciente libro de Hviding y Berg The Ethnographic Experiment: A.M. Hocart and WH.R. Rivers in Island Melanesia, 1908, de alguna manera recupera otra manera de narrar la inventiva etnográfica que supusieron las primeras formas de estancia prolongada en el campo, condiciones experimentales a partir de las cuales surge lo que hemos llamado observación participante.

Este trabajo fue muy importante para pensar si quizá antes que algo nuevo o radical, la experimentación hubiera estado a la base de todas las formas de inventiva metodológica en el trabajo de campo etnográfico. ¿Qué ocurre si todas las formas de indagación etnográfica que hoy solemos denominar con el epíteto “observación participante” no fueran sino dispositivos que en un momento fueron experimentos en los modos de describir, relacionarse o relatar? Desde los diagramas de relaciones de parentesco, hasta las relatos poéticos fragmentarios ahí hay una gran inventiva de modos y maneras de estar en el campo, generar registros y dar cuenta de lo que allí sucede…. Y nos parece que antes que una defensa de la observación, esto llama a buscar un género de explicar y describir el trabajo etnográfico haciendo relevante el pulso experimental que siempre ha existido en el trabajo antropológico, y que se traduce cuando solemos hablar coloquialmente de que el trabajo etnográfico es en realidad un método muy flexible. Por tanto, ¿y si la experimentación no fuera nada nuevo?

Sin embargo, tenemos pocos relatos como el que nos ofrecen Hviding y Berg, donde la experimentación de campo quede bien reflejada. Muchos de nuestros manuales etnográficos construyen un catálogo de herramientas o instrumentos precocinados. Y muchos de los relatos informales sobre cómo se hace trabajo de campo tienen mucho de “vete, aprende a hacerlo haciendo y ya nos cuentas una historia interesante al volver”. Entre la etnografía de manual y la relación etnográfica improvisada nos parece que habría al menos otra manera de describir de forma mas fehaciente en qué consiste hacer etnografía, otra manera de narrar lo que hacemos en el campo, para la que quizá no tenemos un vocabulario.

Es por eso por lo que el libro, más allá de nuestros propios trabajos, de alguna manera intenta convocarnos a describir denodadamente el carácter experimental de los “dispositivos de campo” de la etnografía. El trabajo del resto de capítulos nos parece que ilustran que la experimentación no sólo ocurre en el modo marcadamente explícito como el 15M, sino en cualquier aproximación a la construcción de una indagación antropológica singular: cómo hacer una etnografía de las giras de una banda, cómo aprender que quizá antes que refrendar sus ideas de lo que es la etnografía quizá la mejor manera de relacionarse con los diseñadores es friccionar, y así toda una pléyade de pequeñas invenciones de campo que el libro quiere documentar.

V.A-P: Para ir cerrando, os resumo las últimas cuestiones que podríamos abordar. En el libro encontramos que la mayoría de los casos se tratan de lo que se llama en ocasiones, “etnografía hecha en casa” o “at home”. Es decir, cuando no hay una ruptura de coordenadas espaciales en ese sentido, cuando “ir allí” puede ser ir a un sitio en el que ya habías estado o que pasas a menudo, pero en esta ocasión quizás hablando con gente que no habías hablado, etc. ¿Cómo relacionaríais vuestra propuesta y reflexión con llevar a cabo la etnografía en tu propio contexto geográfico? ¿Y qué pasa con la evocación de integridad que ha tenido la etnografía, especialmente como -grafía, a la hora de generar una narración descriptiva que evocaba una cierta integración dentro del trabajo de campo? Por ultimo, comentaros en relación con el trabajo que hacemos en la Associació Antropologies nos encontramos que en los contextos urbanos hay una proliferación de personas con perfiles muy variados haciendo etnografias o incluso para-etnografias. Y esto nos ha hecho reflexionar sobre una tendencia y un cierto énfasis en clasificar las indagaciones como ‘etnográficas’. Un encuentro constante con la palabra etnografía, ¿qué os sugiere el auge de esta adjetivación?

A.E: Con respecto a la primera pregunta, no sabemos el alcance que la propuesta de colaboraciones experimentales puede tener en contextos distintos a aquellos en las que surge la reflexión. Eso en realidad queda en manos de aquellos antropólogos y antropólogas que pueda considerar inspiradora la propuesta. Uno de los esfuerzos que hacemos no es señalar la novedad de ciertos trabajos de campo, ciertas prácticas etnográficas que diríamos no son absolutamente novedosas. Lo que sí hay de novedoso es el intento de conceptualizarlas, el vocabulario que tenemos para describir las prácticas etnográficas es bastante limitado en este sentido. Una observación participante es insuficiente para dar cuenta de las prácticas epistémicas de campo. Lo que estamos explorando es un vocabulario conceptual para dar cuenta de la etnografía. No es sólo una propuesta para la práctica, sino un ejercicio también de conceptualización de la etnografía. Desde esta perspectiva, lo que esta en juego entonces no es si los dispositivos de campo que describimos, esos modos de relación que permiten la relación en el campo pueden ser aplicables en otras geografías, lo que verdaderamente esta en juego es un esfuerzo par documentar, describir y conceptualizar los gestos de inventiva que son parte esencial de la construcción de nuestras relaciones etnográficas.

T.S.C: Simplemente añadir una pequeña nota, la distinción “casa” o “fuera”, a mi personalmente me parece francamente problemática.

A.E: Sobre todo qué hay detrás de esa idea.

T.S.C: Es un problema, que Marilyn Strathern o George Marcus o Paul Rabinow se plantean con mucho detalle. A la hora de abordar sociedades complejas, llenas de encuentros fugaces o formas de socialidad emergente y gente de la que no tenemos ni idea de lo que son mantener la mirada un tanto etnicista o culturalista que hay detrás de esta idea casa/fuera es un imaginario muy problemático. No porque no tenga sentido pensar los contrastes de todo tipo: lingüísticos, en las prácticas, en las relaciones de dominación, etc. Pero si algo hemos aprendido de la antropología de la ciencia y la tecnología es que hay muchas formas esotéricas de sociedad o socialidad que el proyecto moderno ha ayudado a traer a la presencia, y donde no está tan claro que podamos entender lo que suponen por mucho que ocurran en un edificio a dos manzanas de donde vivimos.

V.A-P: Me parece relevante comentar alga que ya ha ido saliendo, coma es la toma de notas. En etnografías en las que estás involucrada haciendo muchas otras cosas que no te permiten tomar notas, esa estética de tomar notas y el tipo de descripciones que se espera surjan de ellas se desmorona y aparecen otro tipo de registros… ¿Nos podéis poner algunos ejemplos de esta parte más práctica?

T.S.C: Creo que todas esas rupturas que comentaba antes, la antropología visual, la sensorial, digital, la design anthropology han venido abriendo modos y maneras formas de representar, o incluso de no-representar muy diversas. Todo ese campo de experimentación que hoy día se conoce como antropología multimodal, es decir, la producción etnográfica más allá del registro textual y visual están inventando todo otro tipo de registros y maneras de documentar y producir situaciones de campo. Esa inventiva multimodal lleva aparejadas formas de “hacer con otros”, hacer investigación a través de las formas de documentación diagramática de personas coma Carla Boserman, una colega con la que también hemos aprendido a tomar notas de campo de otro modo. Sus relatogramas, como ella los llama, son composiciones de dibujo y texto que relatan situaciones y sus atmósferas. Pero no se acaban ahí: luego los escanea, sube a la red, provocan discusiones…no son sólo registros, sino también plataformas relacionales que abren a otras conversaciones.

A.E: Regreso sobre la extensión de la utilización del concepto de etnografía o su invocación constante en distintos colectivos de la figura de la etnografía que comentabas. Es algo a lo que se ha referido de manera provocadora Tim Ingold. Por ejemplo, en mi caso, yo diría que una de las cosas más interesantes trabajando con muchas de mis contrapartes (arquitectos, activistas, etc.) ha sido el descubrimiento de otras formas de indagación para investigar la ciudad. En mis proyectos yo no me he preocupado par la ortodoxia disciplinar, de hecho, no describiría mis proyectos coma interdisciplinares o multidisciplinares sino como colaboraciones experimentales. Siempre me he personado coma antropólogo y es precisamente eso lo que les resulta relevante a mis contrapartes en el campo. Desde esa perspectiva disciplinar, un aspecto destacado de la relación con las otros ha sido el descubrimiento de que la etnografía se puede enriquecer prestando atención y aprendiendo de esas otras formas de indagación… A la propuesta de Ingold y otros de pensar la antropología no como una practica que investiga a otros, sino una empresa en la que investigamos con otros le podemos añadir un nuevo nivel. La idea de que aprendemos con otros a investigar en nuevos términos. La manera de enriquecer y expandir la antropología es aprendiendo de las formas y modos de indagar de nuestras contrapartes.

En mi caso, he aprendido mucho de la sensibilidad material de arquitectos y arquitectas que operan mediante intervenciones materiales. Si tienen que hacer entrevistas, pues fabrican una silla, una infraestructura que colocan en la calle para interpelar a los viandantes, y por mundana que sea nos abre toda una serie de preguntas sobre la materialidad de nuestros métodos. Y de repente, la silla se convierte en una especie de atractor de la gente que se acerca… Se convierte en una especie de escenario, una especie de dramaturgia material en el espacio público. Puede parecer una anécdota, pero revela una particular sensibilidad, en este caso de los arquitectos, para pensar los métodos de investigación y las formas de indagación. Y eso representa toda una oportunidad para reaprender y reincorporar algunos de estos dispositivos o formas de investigación dentro de la propia antropología. Yo lo veo con mis alumnos, donde los modos tradicionales de hacer son insuficientes especialmente en la ciudad para pensar la complejidad de los mundos urbanos actuales. En esta situación quizás tenemos que empezar a equiparnos con otro tipo de técnicas, métodos o dispositivos, que es el vocabulario que nosotros manejamos. Otros modos de indagación.

V.A-P: La parte sobre la etnografía como etiqueta que prolifera, no la pensábamos tanto como quién tiene derecho a hacer etnografía, sino que nos parecía interesante como si hubiese una autoridad inscrita en adjetivar así, que nos puede parecer incluso paradójica por nuestra experiencia, al decir que aquello que haces es etnográfico como un argumento de autoridad. Y luego, para cerrar la entrevista. Después de la publicación del libro, que ha pasado un año… ¿hay algún tipo de reflexión sobre los comentarios o feedback que habéis recibido que os gustaría comentar?

A.E: En realidad el libro lo que hace es poner un primer ladrillo de un trabajo que todavía estamos desarrollando en la plataforma xcol, un proyecto que queremos abrir a la colaboración de otros, que se articula a través de dos líneas de reflexión, intervención (también intravenciones) y práctica. Una de ellas tiene que ver con la idea de que, si las colaboraciones experimentales son un modo particular de etnografía, una de las preguntas que podemos hacernos es qué tipo de contextos, de recursos pedagógicos son necesarios para aprenderla.

Ahí tenemos toda una reflexión en torno a lo que llamamos, en ocasiones, ‘formatos abiertos’, metodologías del encuentro que adoptan la forma de talleres – la clínica de experimentaciones etnográficas que llamamos Cleenik – o laboratorios. La pregunta que nos planteamos es qué contextos específicos podemos diseñar para el aprendizaje de estos modos de indagación y cómo podemos documentar esos formatos. Documentarlos de manera que puedan viajar a otros lugares y puedan ser reproducidos por otros. Esa es una preocupación que tenemos y es lo que hicimos en #Colleex que es la red que montamos dentro de la EASA. Uno de los trabajos que hemos hecho ha sido documentar varios de estos formatos y ahí la pregunta es cómo documentamos estas metodologías, qué tipo de lenguajes visuales podemos utilizar y dónde podemos encontrar inspiración para la documentación de este tipo de eventos. Esta sería una de las vías de indagación que se nos abre a partir del libro.

Y la otra tiene que ver con este ejercicio documental de los dispositivos de campo. Una de las ideas que estamos desarrollando ahora, muy inspiradas en algunos de los trabajos de P. Rabinow es esta idea de que nuestros trabajos etnográficos están repletos de invención. Frente a la idea de que la colaboración es el resultado de la aplicación de un método, que es lo que podemos encontrar en algunas ocasiones, ¿no? Así se expresa en la idea de las metodologías colaborativas, metodologías para producir colaboraciones. Eso nos resulta bastante incómodo, y en su lugar planteamos que el trabajo de campo esta siempre repleto de invención. Y esta figura, la invención, no es completamente ajena a la antropología, si nos remitimos a Roy Wagner cuando describe la empresa antropológica coma dedicada a la invención de la cultura.

Siguiendo este argumento, una de las cuestiones que nos planteamos es cómo podemos documentar todos estos gestos inventivos que han sido completamente marginados, invisibilizados o relegados al olvido en tantas etnografías. Los ‘tales of the field’ con los que hemos tendido a narrar y a describir en que consiste la etnografía lo que han hecho ha sido ignorar la increíble complejidad de nuestros trabajos de campo… porque no se han documentado ni conceptualizado esos modos de relación etnográfica tan habitualmente cargados de inventiva. Entonces una de las cosas a las que andamos dándole vueltas es a inventar una especie de inventario etnográfico.

Un inventario que por un lado reconozca que la etnografía es siempre un ejercicio de invención y que, par otro lado, produzca un inventario donde se recopilen y documenten todos esos dispositivos de campo que son diseñados o inventados en distintas etnografías. Y entonces estamos dándole vueltas a esta idea de pensar la etnografía coma inventario o coma un inventario. Un inventario en el sentido que toda etnografía es un ejercicio de invención y un ejercicio de invención que demanda ser inventariado, que requiere el diseño de inventarios que lo que hagan sea alojan o documentar y hacer disponibles para otros esos dispositivos que resultan de nuestros trabajos de campo. Estas son las dos líneas en las que ahora estamos trabajando.

V.A-P: Justamente por esta cuestión de la colaboración y su complejidad que es interesante esta idea de contar con una caja de herramientas más creativas, para no acabar recurriendo a las formas de hacer que ya conocemos y que en muchas ocasiones no son suficientes para muchos de los lugares en los que llevamos a cabo etnografías en la actualidad. Ya sean etnografías urbanas o en instituciones, como comentabas el caso de P. Rabinow. O también es interesante cuando la colaboración viene prediseñada de forma externa. Así que estaremos alerta para ver de qué se va componiendo el inventario que comentabais… Muchas gracias por vuestro tiempo.

14 May

Tinkering with documentation: Open design and ‘experimental collaborations’ in fieldwork

Tinkering

Picture CC BY NC ND En torno a la silla

Draft paper presented by @tscriado & @adolfoestalella at the #SCA2016 Society for Cultural Anthropology (SCA)’s Spring Conference at Cornell University (Ithaca, NY). Fragments of it will be part of the xcol book’s introduction

PDF downloadable here

I. Urban para-sites

In this paper we would like to explore an ethnographic mode that takes the shape of experimentation in the field. We will draw on the ethnographies (Adolfo’s & Tomás’s) we have been carrying out in the last five years in urban contexts populated by urban activists, guerrilla architects, amateur tinkerers, and disability rights advocates located in Barcelona and Madrid. These projects account for the wave of urban creativity and civic invention that has spread out through these cities after the uprising of the ‘15M movement’ (the Spanish precursor of the Occupy movement).

Our ethnographic sites are populated by people struggling to transform the city: they do so building infrastructures, producing a vast amount of documentation that describes their own practices and exploring methodologies for the production of knowledge. Very often, these collectives invoke the trope of experimentation to refer to their relationship to the city. In a way, the locations we are describing might be aptly characterised as ‘para-sites’, following Douglas Holmes and George Marcus (2008) description of ethnographic sites populated by people whose research practices resonate with those of the anthropologists.

Even though ours has been a deep involvement in these sites, activist or militant registers and vocabularies would not be the best description of our practice. For lack of a better term, our engagement has been of an ‘epistemic’ kind. Indeed, during our fieldwork we both became gradually involved in the production of shared spaces of investigation, in the construction of material and digital infrastructures, and in the process of documentation, sometimes even taking a leading role, as we will describe here. We would like to suggest that our ethnographic projects were dragged into the experimental ethos of these projects.

Our ethnographies have been infused by these forms of experimentation: Somehow, our fieldworks seem to have incorporated in a recursive gesture the epistemic experimental practices of our counterparts in the field, as we seek to describe today. Thus, drawing on Tomás fieldwork we describe the distinctive practice of tinkering of an activist design collective called En torno a la silla. Working among tinkerers that extremely value the production of documentation, Tomás fieldwork turned into a tentative practice of tinkering with documentation. Describing his fieldwork in these terms (as a form of fieldwork tinkering), our attempt here is to provide a tentative descriptive vocabulary to account for this ethnographic mode we call ‘experimental collaborations’.

II. Tinkering in/with fieldwork

Barcelona, it’s the morning of February 8th 2013. We’re in the bedroom of Antonio’s house. I (Tomás) am struggling to adjust a semi-professional Canon EOS 60D camera that a good friend has lent me to shoot a video. The plan according to the rather informal script we have discussed is to re-enact for the record how the armrest-briefcase we have designed in the last months for Antonio’s wheelchair works. I take some shots of Alida disassembling the former armrest and assembling the new gadget to Antonio’s wheelchair. Later on we start improvising and moving around to demonstrate different uses of the briefcase. Since I am not a professional I struggle with the light settings in the inner parts of the house. The next month is really busy for us and I slowly learn to edit these video materials using an amateur software package.

After I have it, two months after shooting the video we three meet at Antonio’s house to discuss it using his big TV screen and my laptop. They like it and have nothing to comment, even though I spot and make them pay attention to some of the mistakes I’ve made with the light settings and the shots, to understand whether we should be recording it again. After some talk we decide that we cannot get stuck, that it’s good enough and we have to move on since this is only a very small thing of the many other projects that En torno a la silla is working on.

However, given that the video only shows the processes of disassembling, reassembling and use, Alida also wants to work to produce some exhaustive hand-drawn sketches to create a downloadable text and image tutorial showing the technical detail: how to build it and why, what were the main technical challenges in the conception and production, as well as showing detail on important pieces, such as the joystick-briefcase junction. We will work on that in the following weeks. That day the discussion leads us to upload the video to YouTube, later embedding it in a blog post, also adding a couple of high quality pictures, and collaboratively write on the spot the explanatory paragraph telling what the gadget is.

En torno a la silla was originally put together in the summer of 2012 in Barcelona by Alida – architect with a large experience in activist collectives in the city–; Antonio – mathematician, powered wheelchair user and one of the most renowned independent-living activists in the country–; and Rai – an anthropologist graduate who works as a wood craftsman and who also has a large experience in activist collectives in the city–. En torno a la silla was set up as a project seeking to prototype an open-source wheelchair kit to ‘habilitate other possibilities to the user.’ The kit consisted of three elements: a portable wheelchair ramp, a foldable table, and the armrest-briefcase described in the vignette.

The group started to work on the fabrication of these technologies in October 2012. We came to use the Spanish term cacharrear –to tinker– to talk about what we were doing. None of us were expert designers of technical aids, and neither of us were trained craftspeople in the many skills that the gadgets we have started learning to fabricate required. What we called tinkering was always characterised by playful learning processes, a rather mundane exploratory practice of searching for inspiration from tutorials, sketching and fabricating, sometimes searching for help from specialists in a given craft.

But I would like to explore a different nuance of the term tinkering, grounding on STS literature, where scholars like Karin Knorr-Cetina (1981) or Hans-Jörg Rheinberger (1997) have qualified the technoscientific practices of reasoning and laboratory experimentation as particular forms of tinkering. Tinkering is also an apt metaphor to foreground not only experimentation as an ‘opportunistic’ and open-ended reasoning practice, but also the important role of tweaking and setting material and spatial infrastructures in knowledge production: An arrangement that, if successful, might allow experimenters to pose new questions that they did not have in advance.

En torno a la silla also wanted to engage in another particular form of tinkering: from the onset they were worried about producing an open documentation of the process wishing to make it public so that their prototypes might be replicated by or serve as inspiration to others. When I approached the project for the first time in search for a case study for my postdoctoral project on participatory design in care technologies they were sharp in relation to my role: “You can’t be an observer here”, an imperative aligned with the motto of independent-living movement whose philosophy pervades En torno a la silla: “Nothing about us without us.” So when I started hanging around with them I was quickly dragged into their exploratory material and documentary practices of fabrication in a way that I would like to suggest infused my ethnographic practice with an experimental gesture.

III. Tinkering with documentation

Hence, I joined the project taking the responsibility of the documentation process shortly after it had began. This happened given that the ethnographic skills and interests that I had been displaying in our first encounters were thought to be useful for the project. But this also entailed a considerable effort, since I had to test and try a whole set of technologies to take care of documenting the design and fabrication processes. The regular notepad gave way to the use of Evernote software on my smartphone since I needed to take pictures and make quick notes. In other occasions I jotted down exhaustive minutes including verbatim quotes using my email that I would send others, and I later learnt to use WordPress blogs and many plugin services to manage the different aspects of the project’s documentation.

Indeed, I had to fabricate a shared environment to document and circulate the fabrication process. Testing digital platforms, discussing the records in joint meetings, collecting material from different sources and combining the appropriate media format for the records, I experimented with the documentation in a similar way to how the project struggled to fabricate an environment for the wheelchair. My fieldwork recursively became a tinkering ethnographic space. Tinkering ‘around the wheelchair’ indeed involved a twofold dimension: both material and documentary; that is, we had to explore the open source design of gadgets while testing the appropriate techniques and record genres to open up their process of fabrication.

At some moments in meetings where I was in charge of taking the minutes the distinction between design documentation and field notes blurred: taking the minutes of meetings later forwarded by email to the group I sometimes turned them into ethnographic notes of sorts, using verbatim quotes as well as remarks on personal impressions of emotional climates or situations. In other occasions it was the other way around: my very personal field notes were turned into the documentation of the process of fabrication, being scanned or shared for the common record after the fact. Often this double-register made very difficult to keep my record practices untouched. The distinctive written genre of my field notes seemed to blur with documentation, but my ethnographic practice blurred too. This went beyond a mere experimentation with literary styles.

IV. Experimental collaborations

Tomás’s collaboration tinkering with documentation unearthed an experimental moment in fieldwork. Tinkering with documentation took Tomás into a close relationship of collaboration with his tinkering counterparts through an open process of documentation and reflections. A collaboration that was neither a militant nor an ethical gesture, but an effect of the shared space of joint tinkering practices, both material and documentary.

My ethnographic experience (Adolfo’s) in the field has been similar to Tomás’s. I would say that during my work with urban activists and guerrilla architects I was also trapped by the experimental ethos of my counterparts. In a way close to Tomás’s experience, I felt that I was transgressing the norm and form of the ethnographic fieldwork I had learned and I felt the need of an appropriate conceptual vocabulary to account for my fieldwork practice.

Our joint discussions sharing the oddity of our experiences led us to work on an edited compilation focusing on similar experiences, where we refer to this particular ethnographic mode as a form of ‘experimental collaboration’, one whose relationality in the field is articulated (and described) in terms of collaboration (and not only participation); and in which the epistemic figure describing knowledge-production invokes experimentation (instead of only observation). But our invocation of experimentation is not new to anthropology.

Our invocation of experimentation is not completely new to anthropology. The reflexive turn of the eighties inaugurated a wave of writing experiments that addressed a deep reconsideration of authority and authorship, and explored different representational forms and textual genres or expanded authorship beyond the single ethnographer to include fieldwork counterparts. In recent times, an experimental invocation has been increasingly translated from the space of ethnographic representation to the fieldwork. Experimentation, hence, is invoked as a way to renew the norm and form of ethnographic fieldwork.

Our description does not invoke experimentation metaphorically. On the contrary, our fieldwork account foregrounding tinkering with documentation seeks to explore a vocabulary that is faithful to the empirical practices that we have found in the field and have infused our own production of knowledge. We have thus explored a descriptive vocabulary around tinkering but many more singular conceptual empirical languages could be developed to account for other anthropological forms of experimental collaboration in the field.

We are tempted to say that experimentation has always been an art part of the ethnographic repertoire in fieldwork, an epistemic practice that however has not been foregrounded in the tales of the field that have narrated our empirical practice in terms of participant observation and sometimes using the register of rapport or the instrumental management of relations in the field ‘participating in order to write’ (Emerson et al., 1995: 26-29). We have tried in this account to test a different tale of the field, one that describes our fieldwork through the mode of experimental collaboration.

References

Emerson, R. M., Fretz, R. I., & Shaw, L. L. (1995). Writing Ethnographic Fieldnotes. Chicago: Chicago University Press.

Holmes, D. R., & Marcus, G. E. (2008). Collaboration Today and the Re-Imagination of the Classic Scene of Fieldwork Encounter. Collaborative Anthropologies, 1(1), 81–101.

Knorr-Cetina, K. D. (1981). The manufacture of knowledge: An essay on the constructivist and contextual nature of science. Oxford: Pergamon.

Rheinberger, H.-J. (1997). Toward a History of Epistemic Things: Synthesizing Proteins in the Test Tube. Stanford, CA: Stanford University Press.

 

14 May

Colaboraciones experimentales (O una primavera-verano de cacharreos de la experticia)

Sinergia de negrescolor

 

 

 

 

 

 

 

 

Una continuación del post de Adolfo Estalella: “Colaboraciones experimentales (o ‘mira quién baila’)

Llevo un tiempo dándole vueltas a cómo convertir lo que me está pasando como etnógrafo en una pregunta que sea de interés para otras personas. Digamos que la pregunta que resume mis inquietudes pudiera ser algo así como:  ¿Cómo sería una investigación en o, mejor, con una “comunidad epistémica experimental”?

He venido utilizando este término un poco feo y grandilocuente en algunos contextos como este post del blog Fuera de Clase para dar cuenta de algunos espacios epistémicos experimentales post-15M que creo pudieran caracterizarse por ser:

Experimentales, porque la construcción colectiva del conocimiento tiene un carácter “experiencial”, encarnado o basado en lo que nos afecta; pero también experimentales por el afán de experimentación con el qué y cómo podemos pensar, por su estatuto “experimental” y frágil, su carácter en abierto, no constreñido por límites disciplinares o institucionales, prestando atención a esos efectos no previstos que se nos aparecen al montar situaciones que nos interpelan, que crean verdaderos acontecimientos epistémicos colectivos: articulando mecanismos y medios para dotarnos del “poder de hablar de otra manera” (por usar la noción de experimento empleada por la filósofa de la ciencia Isabelle Stengers); experimentales, en fin, porque a través de ellas nos convertimos en “sujetos experimentales” con y sobre los que se prueba, pero no tanto al modo salvaje de ciertas prácticas de laboratorio al estilo Mengele o de las prácticas económicas neoliberales del shock, sino que quizá a través de ellas podamos aspirar a ser una suerte de “cobayas auto-gestionadas” (cuyo caso quizá más claro lo han venido mostrando diferentes trabajos sobre los movimientos de pacientes con SIDA o el activismo trans), ensayando en nuestras carnes las posibilidades y límites de nuevos formatos colectivos y más liberadores de pensar y hacer.

Y en ese contexto creo que no hay modo interesante, ni ética ni epistémicamente relevante de pensar en hacer trabajo de campo con este tipo de comunidades de “cobayas auto-gestionadas” (de las que los académicos también estamos crecientemente empezando a formar parte), que planteando la necesidad de experimentar los contornos de una etnografía colaborativa, o de colaborar en experimentos etnográficos (un tema al que le vengo dando bastantes vueltas junto a Adolfo Estalella).

 

Más aún desde que, hace ya casi dos años, empecé a colaborar y ayudar a dar forma al proyecto “En torno a la silla”. Lo que en un inicio se planteó como una investigación etnográfica al uso ha acabado siendo un dispositivo experimental  (Candea, 2013) para el trabajo de campo colaborativo, aquel que se da cuando los métodos y las preguntas están redistribuidos y hay que empezar a pensarlos como prototipos de otra investigación posible.

Porque esto de investigar junto con las “cobayas auto-gestionadas” –aquellas que se han empoderado fundando un saber sobre sí desde sí, intentando llevar a cabo algo así como una “revolución de los cuerpos, en los cuerpos, por los cuerpos…”, pero también entrando en otras relaciones con otros– obliga a quien hace trabajo de campo (a veces de un modo más o menos confrontacional) a re-situarse; no hay otro modo de aportar que no sea “en común”, porque su “nada sobre si nosotros sin nosotros” te re-coloca desde el principio en otro sitio; te obliga a que lo que ahí puedas o quieras producir asuma que eso que quieres investigar tiene que tener sentido en su forma y contenido, en su pregunta y en su fondo en relación a ese “en común” (nunca sólo “para ti”). Porque están hartos de ser cobayas de probeta o de que les miren como freaks de feria… y han pasado a morder a quienes les tratan así. Y sólo conciben, con toda la razón, que cualquier cosa que se diga tenga que pasar por un acercamiento a su forma de vida, desde la cercanía con ellxs. Y, por tanto, algo parecido a un trabajo de campo al uso tiene que plantearse en un contexto en el que mucha de esa gente tiene ya sus interpretaciones, sus creaciones conceptuales, sus formatos de trabajo; un trabajo de creación epistémica que hay que vindicar o valorar, porque se trata de un espacio investigador análogo al académico; quizá no igual, quizá no idéntico, pero que nos convoca a que practiquemos una tecnología de la humildad –como las llama Jasanoff– frente a la razón tecnocrática que tanto ignora

Hay una creciente necesidad […] de lo que pudiéramos llamar ‘tecnologías de la humildad’. Éstas son métodos, o mejor, hábitos de pensamiento institucionalizados que intentan hacerse cargo de los precarios límites del entendimiento humano –lo desconocido, lo incierto, lo ambiguo, lo incontrolable-. Al reconocer los límites de la predicción y el control, las tecnologías de la humildad confrontan ‘frontalmente’ las implicaciones normativas de nuestra falta de predicción perfecta. Requieren de habilidades expertas y de formatos de relación entre los expertos, los que toman las decisiones y la opinión pública, diferentes de los que se consideraban necesarios en las estructuras de gobierno de la alta modernidad. Implican no sólo la necesidad de mecanismos de participación, sino también de una atmósfera intelectual en la que los ciudadanos sean alentados a poner en funcionamiento sus conocimientos y habilidades para la resolución de los problemas comunes (Jassanoff, 2003: p.227; traducción propia)

Es decir, investigar en este tipo de entornos requiere claramente de algo así como un “cacharreo de las experticias”. Dejadme que explique esta idea a partir de lo que ha venido siendo mi vida colaborativa/experimental en los últimos dos años…

En “En torno a la silla” comenzamos un experimento vinculado con el diseño colaborativo, incitados por el Medialab-Prado y su convocatoria y espoleados por una necesidad afectiva: situarnos en torno a una silla de ruedas como lugar de reflexión y de acción; quizá no una silla cualquiera, aunque su potencia era que se trataba de la silla de un cualquiera, de otro cualquiera como nosotras. Pero de unos cualquiera que no tenían necesidades ni relaciones cualquiera, sino que necesitaban ser capaces de dotarse de otros entornos, de hacer juntas otras distribuciones de espacios, otros diseños de aparatos y máquinas que permitieran que nuestras relaciones de amistad no se cancelaran, sino que pudieran crecer, incorporando a otras, haciendo entornos desde la diversidad (funcional). Una producción de un entorno diverso para que nuestro entorno fuera más rico, más denso, más poblado por la diversidad… para que pudiera llenarse de otras, con su singularidad y su diferencia, con sus cuerpos que se mueven, sienten y piensan así o asá, que se sientan de este o ese modo, que leen de esta o aquella manera. ¿Cómo meterle mano a un entorno que nos hiciera más autónomas, pero a la vez más conectadas, que favoreciera la relación con la diversidad? De ahí la necesidad de pensar en ponerse a cacharrear con los productos de apoyo como interfaz de relación, como nexo de unión y no sólo de normalización o rehabilitación. Pero también como interfaz epistémica, como interfaz de producción de conocimiento…

Cacharrear te hace sentir que quizá tú también puedas intervenir en el curso de las cosas, aunque sea precariamente o desde una posición lateral: cacharrear para meter mano en cómo las cosas se dis-ponen y pre-disponen, para cambiar en qué modelos de cuerpos y relaciones se piensa únicamente para traer a la existencia ciertos modelos de cacharros y para abrir, por tanto, la caja de Pandora de qué cuerpos quedan dentro y fuera del foco a la hora de pensar entornos. Cacharrear no necesariamente quiere decir hacerlo bien, aunque se intente. Habrá formas de hacerlo mejor y peor, aunque quizá necesitemos pensar que mejor querrá decir “acoger la singularidad” dentro de un proceso de diseño y no necesariamente que el diseñador o el usuario tengan razón o quedar sometidos a las imposiciones y restricciones que nos imponen los materiales. Pero desde luego quiere decir que queremos tomar parte de un universo de cosas que hemos delegado quizá hasta la nausea, cuando esas cosas, esas disposiciones de cuerpos y elementos, esas predisposiciones de entornos son el modo en que podemos ser-con-otras… Cacharrear es decir “quiero un mundo más a medida”, un mundo hecho “tó tuyo”, con otras y para vivir mejor con otras.

Teníamos muy claro que cacharrear y meterle mano a esa silla de ruedas a través de nuestro pequeño “kit” era una continuidad de la amistad, de la exploración de un lazo común forjándose y nutriéndose a cada paso, uniendo de dónde venía cada quién: un grupo heterogéneo compuesto por activistas de la vida independiente, una arquitecta, manitas y etnógrafos-documentalistas; un grupo para el que cacharrear se convirtió en algo así como una reivindicación experimental de otro modo de re-conectarnos con el mundo y de intervenirlo, de pensarlo desde su diversidad más radical.

Había ilusión en ese cacharrear, era y es empoderador y vivificante. Descubrimos que cacharrear le lleva a una a pensar en mil opciones no planteadas, desde cómo poner una tuerca a dónde conseguir qué materiales, desde qué necesidades tiene qué cuerpo hasta cómo poder explicar eso, narrar eso, convertirlo en una posición política a partir de textos e imágenes del proceso o intervenciones…

Cacharrear ha sido para nosotras un lugar increíble para explorar nuestros límites y vulnerabilidades, así como los del mundo con el que nos vinculábamos. Después de un año fuimos dándonos cuenta, sin embargo, de que el proceso de ponerse a hacer tenía dificultades y problemas. Y se nos hizo necesario encontrar una manera de balbucear, de tartamudear y comenzar a enunciar lo que nos pasaba. El blog del que nos habíamos dotado para documentar el proceso de creación de nuestros cacharros y para compartir algunas reflexiones, donde comenzar a balbucear y dotar de significado a las propias prácticas generadas o las situaciones producidas. En nuestro hacer humilde sentíamos que habíamos topado con uno de los corazones de la bestia: la maquinaria que mueve la gigantesca industria de las “tecnologías de la discapacidad”.

Pero el espacio “en torno…” no era sólo un mero lugar, no era sólo un entorno. También era una posición o, mejor, una disposición a ponernos a pensar sobre lo que implicaban esas cosas en las que nos estábamos metiendo. Por eso creo que “En torno a la silla” empezó a ser desde muy pronto también un lugar de producción de conocimiento, una interfaz epistémica colaborativa. Un espacio para pensar sobre lo que estábamos haciendo. De esto iba, sin que lo supiéramos bien, lo que habíamos estado haciendo en el blog. Habíamos empezado con la idea un poco loca de documentar ese proceso como proceso, es decir, como algo que podía crecer. No había intención de colocar las cosas como se pincha una mariposa en un corcho. Documentar no era un fin, era un modo de ayudarnos a pensar o, mejor, a balbucear, a la vez que era un intento de no olvidar, de dar cuenta del torrente de cosas en el que habíamos entrado algunas, un lugar para darle vueltas a cómo nace o crece un diseño, sus problemas, sus diatribas

Pero el blog no era suficiente, porque nos ha sido siempre muy costoso establecer la conexión fecunda que existe entre “diseño libre”, “diversidad funcional” y “empoderamiento”. Necesitábamos poder experimentar otros modos de narrar aquello con lo que nos habíamos estado vinculando. En este último año, acuciadas por la precariedad económica y la falta de medios para prototipar, hemos estado dándole muchas vueltas a la gran cantidad de cosas que se entrecruzan, que limitan y que circunscriben qué podemos hacer. Necesitábamos ponerlas en claro y nos llegó el momento de sentarnos “en torno a la silla”, no sólo como un lugar de acción y cacharreo, sino como lugar de reflexión.

En el último año hemos estado pensando en traducir la pasión por el hacer en una reflexión sobre sus condiciones a través de un documental interactivo (o webdoc) que nos ayudara a darle vueltas a otras alternativas “en torno a la silla”, otras posibilidades, otros modelos de producción y de relación con los cacharros. En este proceso hemos hecho entrevistas a diferentes personas que vienen trabajando en estos ámbitos y que nos han enseñado otras maneras de ver lo que hacíamos; estamos filmado encuentros de cacharreo (algunos incluso que estaremos generando nosotras mismas) y hemos intentado hacer más explícitos los vínculos con la filosofía de la diversidad funcional y con una serie de prácticas políticas para hacer del diseño colaborativo una cuestión vinculada al empoderamiento… Este ha venido siendo un proceso aún en curso y que no sabemos cuándo acabaremos (si es que puede ser acabado, y no debe de quedar más bien como un prototipo, en el sentido que le da Alberto Corsín al término), aunque esperemos poder ir liberando pronto algunas partes de esos materiales, porque queremos que ese conocimiento y esos materiales sean tan libres –en el sentido de “con licencia libre”como los productos de diseño libre así producidos.

En suma, hablaba de dispositivos colaborativos experimentales: y lo decía porque el proceso de documentación del diseño y el documental que acabo de describir pudiera ser planteado como un proceso de pensar una investigación etnográfica como una suerte de sonda, en la que el conocimiento no es tomado, sino sondeado: explorado ahí fuera, “en abierto”, intentando dotar a todo el mundo de ocasiones de poder explicitarse y de ver/escuchar/sentir lo que los demás pueden ir diciendo. De alguna manera, es como si estos dispositivos experimentales de investigación colaborativa en el ámbito del diseño tuvieran que tomar inspiración de las probes (literalmente, sondas, en inglés), esas técnicas de diseño que emplean Boehner, Gaver & Boucher (2012) –dando unas pequeñas cajas llenas de dispositivos de registro que reparten entre las personas junto con las que diseñan para sondear sus necesidades cotidianas–,  evocando el lado exploratorio y viajero del modo de recabar datos y probar opciones para ello de las sondas marinas o espaciales.

En mi proceso particular junto con “En torno a la silla” y en los múltiples espacios a los que se ha abierto cada una de nosotras en el proceso no sólo hemos cacharreado con cosas y con qué puede querer decir un diseño más abierto y libre, sino también hemos sondeado cómo hacer más libres y colaborativos nuestros saberes y experticias sobre esos procesos (del usuario de productos de apoyo, de la militante por la diversidad funcional o por los cuerpos diversos, de la arquitecta, del manitas, del etnógrafo, de la documentalista, del planificador de la accesibilidad, etc.), cacharreando con lo que traíamos a la situación y con las situaciones que montamos para investigar-nos y ponernos a prueba…

Porque cacharrear con las experticias en el caso de “En torno a la silla” no sólo ha implicado hacer un kit para una silla de ruedas, sino también forjar una suerte de kit para las colaboraciones experimentales: en este tiempo hemos tenido que encontrar modos de valorar  todos los saberes que ahí se presentaban, para que colaborar signifique co-laborar, para que experimentar pueda ser algo del cualquiera… Y esto no ocurre sin haber podido cacharrear con los catalizadores que la pueden hacer existir, sin las  infraestructuras (como un blog o un webdoc), sin esas herramientas que permiten que la tarea de investigar sea algo compartido y conjunto –aunque tengamos diferentes intereses o metas–, pero tampoco sin cacharrear permanentemente, con mimo, con las temporalidades que la experimentación necesita para que la cosa siga si es lo que se quiere o que se pare cuando toca e intentar evitar que nos estalle en las manos…

Algunos de estos temas y otros más los hemos venido abordando y los estaremos abordando en las semanas siguientes, en una especie de gira sobre ‘collaboration/experiment.

El programa es el siguiente.

24 de abril, 19:00-21:00 (Llibreria Synusia, Ateneu Candela, Terrassa)
Más allá de la experticia única, 4ª sesión del ciclo ¿Cuánto puede un cuerpo colectivo?, junto a Núria Gómez (OVI Bcn).

6 de mayo, 18:30-20:00 (vía hangout).
‘No me chilles que no te veo’, primera sesión de #meetcommons para preparar el taller del mismo nombre (vídeo disponible aquí).

7 de mayo, 16.00-17.00 (Medialab-Prado, Madrid)
Antropocefa – Kit para la fabricación de colaboraciones etnográficas experimentales. Taller dentro del II Encuentro de Sociología Ordinaria (aquí se puede ver el vídeo).

19 de mayo, 18:30-20:00 (vía hangout).
‘No me chilles que no te veo’segunda sesión de #meetcommons para preparar el taller del mismo nombre (vídeo disponible aquí).

4-6 de junio, (Salamanca).
Taller ‘No me chilles que no te veo’ & Taller ‘TEO va a la cocina’, IV Encuentro de la Red de Estudios Sociales de la Ciencia y la Tecnología (Red esCTS).

7 de junio, (Can Batlló, Barcelona).
Primavera Cacharrera, un encuentro organizado por ‘En torno a la silla‘ para fundar alianzas y encontrarnos con otras personas o colectivos de cacharrerxs.

17 de junio, (BAU, Barcelona).
‘Cuidar la usuarización: Hacia una ética del cuidado en el diseño colaborativo de ayudas técnicas’ (con Marga Alonso –OVI Bcn– y Alida Díaz –En torno a la silla…), una presentación en la I Jornada de Objetologias: la materia contraataca, del grupo de investigación Objetologías acerca de ‘La mesi‘, para poder debatir sobre los retos que supone el diseño de bajo coste y la singularización de ayudas técnicas.

22 de junio, (Barcelona).
Mini Maker Faire, con En torno a la silla y Handiwheel.

26 de junio 19:00-21:00 (Llibreria Synusia, Ateneu Candela, Terrassa).
Producir máquinas, producir territorios encarnados de intersección, 6ª sesión del ciclo ¿Cuánto puede un cuerpo colectivo?,  con En torno a la silla, Yes we fuck y Post-Op/Pornortopedia.

1 agosto (Tallinn, Estonia).
Panel invitado ‘Ethnography as collaboration/experiment‘, European Association of Social Anthropologists.

Referencias

Candea, M. (2013). The Fieldsite as Device. Journal of Cultural Economy, 6(3), 241–258.

Jasanoff, S. (2003). Technologies of humility: citizen participation in governing science. Minerva, 41(3), 223–244

Boehner, K., Gaver, W., & Boucher, A. (2012). Probes. In C. Lury & N. Wakeford (Eds.), Inventive Methods: The happening of the social (pp. 185–201). London: Routledge.

Créditos de la ilustración: “Sinergia” (con licencia CC BY-NC-SA) de Joan Fernández, alias negrescolor (cedida para la Primavera Cacharrera)

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05 May

Colaboraciones experimentales (o ‘mira quién baila’)

Un ciego saca a bailar a una sorda. Es la situación perfecta para un ejercicio de colaboración: una mantiene el ritmo, el otro guía el paso. La incorrección política no es mía sino de Ricardo Antón, la escenografía con la que representa la relación posible entre la academia y lo que hay más allá de ella (es una metáfora, mantengamos la calma). En las próximas semanas nos ocuparemos de este asunto en diferentes ocasiones, si estáis interesados al final del texto más detalles sobre las convocatorias (dos de ellas esta primera semana de mayo de 2014). La reflexión en torno a este asunto forma parte del trabajo que estoy haciendo hace tiempo con Tomás Sánchez Criado en torno a lo que hemos llamado colaboración experimental, un intento por reimaginar las formas de pensamiento de la academia, un esfuerzo por renovar las infraestructuras, lugares, métodos y compañeros/as con los que hacemos ciencia social.

Un proyecto de renovación que ha calado en los últimos años entre algunos académicos que persiguen revitalizar sus modos de hacer, conscientes de que la ciencia social ha agotado sus preguntas, sus métodos no son capaces de abarcar las realidades que nos desafían, sus propuestas de pensamiento resultan cada vez más irrelevantes y los lugares donde este se elabora parecen eriales. Madrid es indicador de este estado de cosas. Buena parte de los lugares donde se produce el pensamiento social más fértil están localizados fuera de la academia. Sitios donde se regenera la política, se reinventa lo urbano, se experimenta con lo digital o se expanden las formas de la cultura… Por muy precarios y limitados que sean sus medios, la potencia de esos espacios de pensamiento deja a menudo en evidencia a la academia establecida y comatosa; muy especialmente a esa parte amplia de la academia que es incapaz siquiera de tantearse el cuerpo para darse cuenta que ya no respira.

Pero también es sintomático de ese estado de cosas que muy a menudo, por muy extra-académicas que sean esas propuestas, están informadas y hunden sus raíces en los estilos y formas de pensamiento académico. Se evidencia en sus formatos de producción de conocimiento y los modos de circulación de este, en la elección de sus formas de representación, en los géneros de escritura, estilos argumentales, tradiciones teóricas y métodos que ponen en juego. Si lo primero nos muestra el agotamiento de la academia y la infertilidad de su pensamiento, lo segundo nos señala la posibilidad de renovarla. O más bien nos conmina a renovarla; a quienes estamos dentro por imperativo ético, a quienes están fuera por interés político.

El largo diálogo que en los últimos años hemos mantenido en Madrid (con Alberto Corsín Jiménez) con Basurama y Zuloark y mucha otra gente (Medialab-Prado, Intermediae, La Mesa…) evidencia la posibilidad inesperada de generar ambientes epistémicos radicalmente novedosos para los científicos sociales más allá de los muros de la institución académica. Y por ambientes epistémicos me refiero a lugares de mimo (como dice Tomás), lugares amueblados con infraestructuras hospitalarias, que mientras tratan con detalle la documentación y el archivo de lo que acontecen cuidan a quienes lo van a leer, lugares donde el mimo del cuerpo es la condición para la potencia del pensamiento. Lugares donde amueblamos el interior de una episteme que nos permite pensar de nuevo. Podríamos decir que nuestro trabajo en esos lugares ha adoptado la forma de una etnografía colaborativa de contornos difusos, que parece proyectarse ad infinitum y que desde luego ha difuminado la escenografía convencional con la que el método nos asigna papeles a unos y otros. Lo que comenzó como una etnografía de prototipos se torna en una etnografía/prototipo urbano.

La etnografía antropológica, por muy conciliadora que sea, asigna unos roles muy claros: unos son los que viven (aquellos antes llamados informantes), otros son los que escriben (estos llamados/as antropólogos/as). Unos marcan el paso, otros siguen el ritmo (que cada uno lo interpreta a su manera). Y esa descripción puede generalizarse a los métodos de investigación de las ciencias sociales, que proponen y trazan una escenografía en nuestros encuentros destinados a la producción de datos empíricos (eso dirán unos, otras preferirán hablar de la producción de conocimiento). John Law y Evelyn Ruppert (2013) lo han dicho hace poco de una manera más elaborada al pensar en los métodos de investigación como dispositivos (devices) que ensamblan y disponen el mundo en patrones sociales y materiales específicos. Pero si la antropología nos dice que bailemos un vals resulta que en nuestro trabajo de campo hemos acabado perreando.

¿Qué ocurre entonces cuando la escenografía del método salta por los aires? No queda más remedio que reinventarnos el ritmo y rediseñar el paso de baile en tiempo real. Eso es lo que George Marcus (2013) ha llamado colaboración (a la cual sugiere darle un toque experimental). El antropólogo estadounidense nos ha mostrado cómo el dispositivo de la etnografía entra en crisis cuando los antropólogos se internan en lugares donde nuestras contrapartes no encajan en el papel coreográfico que el investigador les asignaría naturalmente (ese de informantes). Dicho de otra manera, hay lugares que se muestran especialmente correosos a las aspiraciones escenográficas de los antropólogos/as: lo que comienza como vals termina como perreo. En esas circunstancias Marcus plantea que no queda más remedio que optar por la colaboración como modo etnográfico porque nuestras contrapartes se parecen mucho tanto a nosotros en sus formas de producción de conocimiento. O dicho de otra manera, si la etnografía dice que el etnógrafo manda en el baile, la colaboración es una situación en la cual no sabemos si hemos de marcar el paso o hemos de seguirlo.

Pero en lugar de sancionar la colaboración como el modo óptimo y asumir que sabemos lo que es queremos convertirla en una incógnita, hacer de ella un objeto de investigación, o más precisamente de experimentación. ¿Qué tipo de escenografía es la que nos propone la colaboración (etnográfica)? ¿Cómo podemos experimentar con ella? Una precisión antes de seguir. La etnografía (o en el argumento presente, la escenografía antropológica) no es ajena a lecturas experimentales. George Marcus y Michael J. Fischer (1986) la describieron como un ejercicio experimental de crítica cultural en la década de los ochenta y en términos experimentales se refirieron a los ensayos realizados con sus géneros narrativos. La etnografía moderna fue diseñada tomando inspiración del trabajo de campo de la botánica (Kuclik 1997), un siglo después los intentos por renovarla señalan nuevamente a las ciencias naturales, pero en este caso a través de las figuras de la experimentación y el laboratorio. La problematización reciente que algunos autores plantean entre las ciencias de campo y las experimentales hace más plausible el desplazamiento que permite pensar la etnografía en términos experimentales (Candea 2013); el argumento es que los límites claros entre observación/experimentación y campo/laboratorio han comenzado a diluirse en algunas ciencias como la ecología donde la observación en el campo comienza a asemejarse a la experimentación controlada en el laboratorio (Kohler 2002).

Tal planteamiento es un indicador de lo que la historia de la ciencia y los STS (Science and Technology Studies) nos han mostrado de manera más general, la experimentación es mucho más diversa, tanto como los lugares en los que esta toma residencia (Klein 2003; Knorr Cetina 1999). Y desde luego, nos muestra que la experimentación no puede ser reducida a los proceso de inducción/deducción, tiene muchos más pasos de baile en su recámara. Nos lo ha mostrado de forma sugerente y hermosa el historiador de la ciencia Hans-Jörg Rheinberger (1997) en un estudio histórico sobre el desarrollo de las tecnologías para la síntesis de proteínas. Rheinberger desmonta a través de su trabajo la visión de los experimentos como arreglos materiales que siguen principios teóricos y sólo sirven para la obtención de respuestas, por el contrario los sistemas experimentales son diseños que generan nuevas preguntas, cuestiones que los experimentadores ni siquiera eran capaces de plantearse con anterioridad, la experimentación es una máquina para producir preguntas nuevas.

Hablar de colaboraciones experimental significa dos cosas. Es una manera de problematizar la noción sociologizada de la colaboración y, al mismo tiempo, un intento por explorar la potencia de formas experimentales que se articulan a través de la producción colaborativa de nuevas preguntas. Pero, ¿cómo articulamos esa colaboración experimental?, pues ahí van tres avenidas en las que adentrarnos para esa exploración: las infraestructuras, lugares y pedagogías de lo que podría ser una colaboración experimental.

Infraestructuras de la colaboración. De la relevancia de la infraestructura para la vida de la colaboración ha dado cuenta Chris Kelty (2008) en su trabajo antropológico sobre el software libre. Si hay algo que caracteriza a esta tecnología/comunidad es su esfuerzo infraestructural, el trabajo por dotarse de la misma infraestructura que permite su pervivencia y que lo hace constituirse como un público recursivo. Sobre la infraestructura en los experimentos se extiende también Rheinberger aunque con otro vocabulario. Nos dice que los sistemas experimentales son la unidad mínima de los experimentos y están compuestos por los sistemas técnicos y los objetos epistémicos. Lo primero es una infraestructura material, práctica y conceptual estable; el objeto epistémico, en cambio, es un espacio de fronteras indefinidas que se encuentra contenido por la infraestructura técnica y que nos lanza preguntas nuevas. Si el sistema técnico es la banda de música el objeto epistémico es la melodía que tenemos que bailar, ¿qué tipo de infraestructuras son esas que requiere una colaboración experimental?

Lugares de la colaboración. Pero si la colaboración (y la experimentación) requieren de infraestructuras/arquitecturas específicas, necesitan también de lugares muy particulares, de una organización espacial precisa, minuciosa y cuidadosa. Peter Galison nos l ha mostrado al narrar cómo las arquitecturas de la ciencia han evolucionado desde el siglo XVII. El laboratorio se ha convertido en el espacio paradigmático de la experimentación, pero no es el único, como he señalado anteriormente. Esos lugares que en los últimos años han proliferado en Madrid: El Campo de Cebada, Esta es una plaza, Medialab, Intermediae… (menciono aquellos que más conozco, pero no son los únicos) son lugares donde la colaboración se cocina a fuego lento en un gesto experimental: espacios que dejan espacio para la colaboración, una pista de baile para la improvisación. ¿Qué espacios requiere la colaboración experimental?

Ambientes pedagógicos. Y finalmente el mayor de los desafíos. ¿Cómo podemos aprender/enseñar a experimentar con la colaboración? Porque esa, la pedagogía de la colaboración experimental, es la única manera de darle un billete para que pueda viajar más allá de los lugares donde se alumbra. Los dos temas anteriores señalan quizás elementos claves de esa pedagogía: los lugares y las infraestructuras/arquitecturas. Pero desde luego no los únicos aspectos que demanda el aprendizaje de la colaboración. De hecho bien pudiéramos pensar que la colaboración experimental es un ejercicio de pedagogía recursiva, una instancia en la que uno aprende lo que es la colaboración mientas experimenta con ella, más experimenta, más aprende. ¿Cómo hacemos que viaje ese conocimiento aprendido sobre la colaboración experimental?

Algunos de estos temas y otros más abordaremos en las semanas siguientes, en una gira internacional sobre la ‘experimental collaboration’. El programa es el siguiente.

6 de mayo, 18:30-20:00 (vía hangout).
‘No me chilles que no te veo’, primera sesión de #meetcommons prepara del taller del mismo nombre.

7 de mayo, 16.00-17.00 (Medialab-Prado, Madrid)
Antropocefa – Kit para la fabricación de colaboraciones etnográficas experimentales. Taller dentro del II Encuentro de Sociología Ordinaria.

19 de mayo, 18:30-20:00 (vía hangout).
‘No me chilles que no te veo’segunda sesión de #meetcommons prepara del taller del mismo nombre.

4-6 de junio, (Salamanca).
Taller ‘No me chilles que no te veo, dentro del IV Encuentro de la Red de Estudios Sociales de la Ciencia y la Tecnología (Red esCTS).

11 de junio, 19.00-21.00 (Museo Reina Sofía, MNCARS).
Seminario ‘Investigación en mo(b)imiento’, dentro del proyecto ‘Ciudad Escuela’.

1 agosto (Tallinn, Estonia).
Simposio ‘Ethnography as collaboration/experiment.

Referencias

Kelty, Christopher. 2008. Two Bits. The Cultural Significance of Free Software. Durham: Duke University Press.

Kohler, Robert E. 2002. Landscapes & Labscapes: Exploring the Lab-Field Border in Biology. Chicago: University of Chicago Press.

Klein, Ursula. 2003. “Styles of experimentation.” Pp. 159-185 in Observation and experiment in the natural and social sciences, edited by M. C. Galavotti. Dordrecht: Kluwer.

Knorr-Cetina, K. 1999. Epistemic Cultures: How the Sciences Make Knowledge. Cambridge, MA: Harvard University Press.

Kuklick, Henric. 1997. “After Ishmael: The fieldwork tradition and its future’, Anthropological.” in Locations: Boundaries and Grounds of a Field Science, edited by A. Gupta and J. Ferguson. Berkeley: University of California Press.

Law, John and Evelyn Ruppert. 2013. “The Social Life of Methods: Devices.” Journal of Cultural Economy 6:229-240.

Marcus, George and Michael M. J. Fischer. 1986. Anthropology as Cultural Critique. An Experimental Moment in the Human Sciences. Chicago: University of Chicago Press.

Marcus, George. 2013. “Experimental forms for the expression of norms in the ethnography of the contemporary.” Hau. Journal of ethnographic theory 3:197–217.

Rheinberger, Hans-Jörg. 1997. Toward a History of Epistemic Things: Synthesizing Proteins in the Test Tube: Stanford University Press.

20 Feb

Ethnography as collaboration/experiment

experimentation collaboration

Ethnography as collaboration/experiment is the title of a panel for the next conference of the European Association of Social Anthropology: EASA2014: Collaboration, Intimacy & Revolution.

We would like to focus on a cluster of modes of field engagement that we call ‘collaboration/experiment’. We aim to explore what does it mean for an ethnography to be experimental and collaborative? and how could collaborative experiments in the field make us think of more experimental forms of fieldwork collaboration? We believe that paying attention to the contemporary contours of ethnography as ‘collaboration/experiment’ might offer us the possibility of exploring new conditions for the production of anthropological knowledge. You can read below a provocation for triggering the debate.

In the past decades, anthropology has shifted from its traditional naturalistic mode with the ‘been-there-done-that’ rhetoric of immersive fieldwork to new forms of ethnographic engagement that intensify the involvement of anthropologists with their counterparts (Fassin & Bensa, 2008; Faubion & Marcus, 2009). ‘Collaboration’ has been one of the figures invoked by anthropology to describe this situation. However it is far from new (Stull & Schensul, 1987; Ruby, 1992): since the 1980s collaboration has been proposed as a way to inform ethically our relations in the field (Hymes, 1972), or as a way to engage politically with the anthropological fieldwork (Juris, 2007). In the last years collaboration has been mobilized again but in this case in a new sense; it has been proposed as a methodological response to the ethnographies that are developed in expert contexts of knowledge production like scientific laboratories, political institutions, economic organizations or artistic and activist collectives. Holmes & Marcus (2008) have argued that in such context people have ‘para-ethnographic’ practices, very similar to those of anthropologists. As a consequence, they can no longer be treated as ‘informants’ but as collaborating counterparts. In this situation, the articulation of relations in the field in a collaborative mode forces anthropologists to reconsider the scope of their epistemic practices and to rethink the outcomes and representational modes in a gesture that ‘refunctions ethnography’ (Holmes & Marcus 2005).

Following this argument collaboration seems to be an ethnographic mode specifically apposite for social contexts oriented by the production of knowledge. But we have witnessed an intense change in the production of knowledge in the last years. Hybrid institutions have emerged as part of a process that have brought about profound shifts in the nature and distribution of expertise (Nowotny et al. 2001). The generalization of digital technologies seems to have intensified this trend as well as added challenges to the anthropological fieldwork (Kelty et al. 2009). People with no social science expertise are taking part in the fabric of social science research through the development of tools (visualization of Twitter interactions, techniques for the extraction of Facebook social data…) that allow them to elaborate very sophisticated analyses of large empirical data.

Therefore, collaboration seems to be an ethnographic mode that could be generalized to even more contexts. In fact, we consider it to be part of a wider debate on the need of reinvention of social science research methods provoked by this widespread distribution of digital technologies. A situation that, for some authors, represents a coming crisis for the social sciences (Savage & Burrows, 2007) while it is interpreted by others as a chance to renew the social sciences (Lury & Wakeford, 2012).

This claim for a collaborative mode in ethnography is part of the emergence of collaboration as a figure praised in many social contexts. It is pointed out by governments when promoting collaborative efforts in innovation; it is mobilized in artistic contexts as a way to articulate publics and to figure the social engagement of art; it is also claimed by technology designers and developers as a key feature of digital culture. In such contexts, collaboration is praised as a value in itself and as a productive social practice. In its ethnographic mode collaboration seems to point to a two-way egalitarian relation that produces at the same time egalitarian benefits (Konrad, 2008), although it is not always necessarily this way (Strathern, 2008). Despite such a collaborative impetus in our contemporary societies we lack a precise vocabulary to refer to the particularities, nuances and differences of diverse modes of collaboration, a trend that has also affected our lack of detail in the articulation of multiple experiences of participation (Fish el al. 2011).

Hence, in this session we would like to suspend for a moment the assumptions we have over collaboration to ask some simple questions: What do we mean when we call a form of collaborative relation? What ethical imprint do we concede to such a practice? What are the political dimensions attributed to it? In doing so we would like to take into account the invocation of collaboration in knowledge-production contexts without forgetting its twofold character referring either to the manifold ways of ‘doing together’ (collaboration as a social form) or to the more specific ways of joint thinking and information sharing (collaboration as an epistemic mode). In this vein, maybe collaboration might be characterized as a specific contemporary mode of inquiry on the transformations of relationality in knowledge production practices. For this panel we would like to follow this trail, exploring this twofold features in the ongoing revival of more explicit forms of ethnographic research collaboration. We believe that doing so might open up the possibility not only to think of the contemporary conditions of production of anthropological knowledge but also to explore the transformation of the contemporary as a consequence of the intensification of the circulation of knowledge.

Or, to say it otherwise, to think of collaboration practices as experimental forms for ethnographic research. Building on the practices of experimental sciences, both Isabelle Stengers (2006) and Hans-Jorg Rheinberger (1997) have characterized ‘experimentation’ as the sociomaterial craft of devices that pose us new questions. An experiment is a controlled situation that has the power to convey us with the power to speak and think otherwise about our world, as creating ‘causes for thought.’ More concretely, Rheinberger (1997) describes experiments as a situations that allow experimenters to pose new questions that they might not even have had in advance. Thus, we would like to think of collaboration practices as experiments that allow anthropologists to pose questions that they might still not be able to grasp. Collaboration is, therefore, not simply a methodological strategy but a relational and epistemic mode anthropologists recursively unfold to pose questions that are still not able to articulate. In this vein, ‘experimentation’ becomes a figure for capturing the transformation of ethnography in these situations (Marcus 2013).

Building from this, in this invited panel we would like to focus on a cluster of modes of field engagement derived from these transformations and problematizations that we might call ‘ethnography as collaboration/experiment.’ We would like the slash in our title to direct our attention to collaboration as an experiment, proposing experimentation as a strategy for problematizing the diverse and always particular modes of collaboration. It is our believe that different modes of experimentation/collaboration might entail a proposal for ‘rethinking from’ and maybe ‘experimenting with’ new ethnographic modes (Harvey & Knox, 2008; Rabinow, 2011). Hence, in this invited panel we are interested in works addressing the specificities of those modes of engagement we deem ‘collaborative’ and what we mean when we call a relation collaborative. Indeed, we would like to to pay attention to the temporalities of these relations and when they might be said to be collaborative and how they might be sustained in time. It is our believe that these questions challenge us with new questions related to our role as anthropologists:

  • What are the contexts –in spatial, temporal and relational terms- needed for ethnography as collaboration/experiment to happen?
  • How could experimental collaboration be established and maintained? What are its catalysers and experimental devices? Could experimental collaboration explode, such as laboratory experiments sometimes do?
  • What might the methodological, epistemic and relational transformations of such collaboration/experiments be? How is the expertise of social science redistributed in these experimental collaborations? Could collaborative experiments in the field make us think of more experimental forms of fieldwork collaboration?

In sum, we believe that paying attention to the contemporary contours of ethnography as ‘collaboration/experiment’ might offer us the possibility of exploring new conditions for the production of anthropological knowledge.

References

Faubion, J. D., & Marcus, G. E. (Eds.). (2009). Fieldwork Is Not What It Used to Be: Learning Anthropology’s Method in a Time of Transition. Ithaca, NY: Cornell University Press.

Fassin, D., & Bensa, A. (Eds.). (2008). Les politiques de l’enquête: Épreuves ethnographiques. Paris: La Découverte.

Fish, A. et al. (2011). Birds of the Internet: Towards a field guide to the organization and governance of participation. Journal of Cultural Economy, 4(2), 157–187.

Harvey, P., & Knox, H. (2008). “Otherwise Engaged:” Culture, deviance and the quest for connectivity through road construction. Journal of Cultural Economy, 1(1), 79–92.

Holmes, D., & Marcus, G. E. (2005). Cultures of Expertise and the Management of Globalization: Toward the Refunctioning of Ethnography. In A. Ong & S. J. Collier (Eds.), Global Assemblages: Technology, Politics, and Ethics as Anthropological Problems (pp. 235-252). Oxford: Blackwell.

Holmes, D. R., & Marcus, G. E. (2008). Para-Ethnography. In L. Given (Ed.), The SAGE Encyclopedia of Qualitative Research Methods (pp. 596–598). Thousand Oaks, CA: Sage.

Hymes, D (Ed.) (1972). Reinventing anthropology. New York: Random House

Juris, J. S. (2007). Practicing Militant Ethnography with the Movement for Global Resistance (MRG) in Barcelona. In S. Shukaitis & D. Graeber (Eds.), Constituent Imagination: Militant Investigation, Collective Theorization (pp. 164-176). Oakland, Calif: AK Press.

Kelty, C. et al. (2009). Collaboration, Coordination, and Composition: Fieldwork after the Internet. In J. D. Faubion & G. E. Marcus (Eds.), Fieldwork is Not What it Used to Be: Learning Anthropology’s Method in A Time of Transition (pp. 184–206). Ithaca, NY: Cornell University Press.

Lury, C., & Wakeford, N. (Eds.). (2012). Inventive Methods: The happening of the social. London: Routledge.

Marcus, G. (2013). Experimental forms for the expression of norms in the ethnography of the contemporary. Hau. Journal of ethnographic theory, 3(2), 197–217.

Nowotny, H., Scott, P., & Gibbons, M. (2001). Re-Thinking Science: Knowledge and the Public in an Age of Uncertainty. Oxford: Polity.

Rabinow, P. (2011). The Accompaniment: Assembling the Contemporary. Chicago: University Of Chicago Press.

Rheinberger, H.-J. (1997). Toward a History of Epistemic Things: Synthesizing Proteins in the Test Tube. Stanford, CA: Stanford University Press.

Ruby, J. (1992). Speaking For, Speaking About, Speaking With, or Speaking Alongside: An Anthropological And Documentary Dilemma. Journal of Film and VIdeo, 44(1-2), 42–66

Savage, M., & Burrows, R. (2007). The Coming Crisis of Empirical Sociology. Sociology, 45(5), 885-889.

Stull, D., & Schensul, J. J. (1987). Collaborative research and social change: applied anthropology in action. Boulder, CO: Westview.

Stengers, I. (2006). La Vierge et le neutrino : Les scientifiques dans la tourmente. Paris: Les Empêcheurs de Penser en Rond / La Découverte.

Strathern, M. (2012). Currencies of Collaboration. In M. Konrad (Ed.), Collaborators Collaborating. Counterparts in Anthropological Knowledge and International Research Relations (pp. 109-125). New York and Oxford: Berghahn.

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13th EASA Biennial Conference
Collaboration, Intimacy & Revolution – innovation and continuity in an interconnected world
Department of Social and Cultural Anthropology, Estonian Institute of Humanities, Tallinn University, Estonia
31st July – 3rd August, 2014

Convenors

Adolfo Estalella (The University of Manchester)
Tomás Sánchez Criado (Universitat Autònoma de Barcelona)

Panel Discussant
Alban Bensa (Iris – EHESS), French anthropologist, Directeur d’études at the Ecole des Hautes Etudes en Sciences Sociales and joint director of the IRIS (Institut de recherche interdisciplinaire sur les enjeux sociaux – Sciences sociales, Politique, Santé), with field expertise in New Caledonia and the Kanak people. He has worked on the epistemological and political groundings of an anthropology of action, the event and social transformations. He has also worked on the political and practical conditions of anthropological fieldwork, a field in which he has recently co-edited with Didier Fassin the book Les politiques de l’enquête. Épreuves ethnographiques (2008).

Key dates
Call for papers: 27/12/2013-27/02/2014
Registration opens: 10/04/2014
End of early-bird rate: 22/05/2014

14 Jan

Experimentar con la colaboración etnográfica, colaborar en experimentos etnográficos

Publicado originalmente en el blog del proyecto de investigación EXPDEM

El presente texto es parte de una reflexión conjunta a lo largo de los últimos meses junto con Adolfo Estalella, que ha cristalizado en el panel invitado ‘Ethnography as collaboration/experiment’ para la EASA 2014, abierto a la recepción de propuestas hasta el 27 de febrero de 2014.

Por otro lado, mi inquietud política y epistémica por la experimentación con la colaboración etnográfica o por la colaboración en la experimentos etnográficos está plenamente vinculada a mi participación como etnógrafo/documentador en el proyecto “En torno a la silla”, un pequeño colectivo activista que experimenta con el diseño libre, abierto y colaborativo de productos de apoyo desde la filosofía de la diversidad funcional (mi particular colaboración, asimismo, en los estudios de caso del proyecto EXPDEM); una práctica de aprendizaje que se ha vuelto a su vez un lugar para la exploración reflexiva sobre el “quién puede diseñar” o el “cómo y para quién se diseña”. Para ello nos hemos dotado de algunas infraestructuras digitales colaborativas para el registro y la descripción de las situaciones, extremadamente frágiles, ante las que nos vamos enfrentando para pensar “qué hacemos”, “cómo y para qué lo hacemos” o “hasta dónde podremos seguir” (dada la precariedad de medios), como el blog del proyecto o un documental interactivo en proceso de realización…

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1. El trabajo de campo nunca volverá a ser lo que fue…

¿Y si el trabajo de campo etnográfico ya no tuviera lugar en el campo (con tribus o grupos pequeños)? ¿Y si las personas con las que nos relacionamos ya no fueran “informantes”? ¿Y si no hiciera falta irse a un lugar remoto para documentarlo exhaustivamente, compararlo con nuestra forma de vida y decir algo interesante sobre el mundo que vivimos? ¿Y si quien fuera lejos (geográfica o metafóricamente) y volviera para contarlo no siempre tuviera la razón, ni controlara el relato, porque lo que dice en ese “estuve allí, hice esto, esto es así” circula con cada vez mayor supervisión, ya sea de comités de ética disciplinares o de las propias comunidades con las que se trabajó? ¿Y si lo que investigamos ya no tiene sentido únicamente para ser publicado bien como monografía o como obra audiovisual?

Por si no hubiera suficientes problemas con el ejercicio de la práctica etnográfica (de la que están los libros llenos, véase por ejemplo, el fantástico manual de Guber, 2005), ante muchos de estos dilemas se están enfrentando innumerables etnógrafos. De hecho, desde hace varias décadas se habla exhaustivamente y con profusión de “la crisis reflexiva de la etnografía”, un terremoto anti-exotizante y descolonizador que sacude internamente la disciplina de la antropología, poniendo el acento en los problemas epistémicos y políticos del ethos realista/naturalista del trabajo de campo, cuyos asertos fundan su autoridad en periodos prolongados de “inmersión” (al modo de la observación participante malinowskiana), así como en particulares modos de representación con autoría individual, derivados cientificistas del relato de viajes. Desde entonces, innumerables trabajos han venido sacando a la luz el problema de las retóricas, de los modos de producción de conocimiento, de la interpretación y las múltiples maneras en las que se puede teorizar y componer el relato etnográfico más allá del género naturalista exotizante sobre un pueblo o tribu con autoría individual (Clifford & Marcus, 1986; van Maanen, 1988). Como resultado, y tal y como reza el título de una reciente compilación, “el trabajo de campo ya no es lo que era” (Faubion & Marcus, 2009).

Numerosos trabajos están problematizando estas cuestiones a partir de una reflexión sobre las propias condiciones del trabajo de campo etnográfico en el mundo contemporáneo, considerando los formatos de construcción de objetos de indagación, la localización geográfica de los mismos, así como los formatos de producción de conocimiento que debemos o podemos buscar. Por ejemplo, se habla de llevar el trabajo de campo más allá de la localidad o el lugar único, proponiendo y discutiendo sobre las promesas y problemas de formatos de “etnografía multi-situada o multilocal” (Marcus, 2001; Candea, 2010): respondiendo al intento de capturar objetos etnográficos con escala multi-local, como las nuevas corporaciones transnacionales o las ordenaciones (post)coloniales. Pero, también, de romper con los modos de presentación y producción de conocimiento de la etnografía, realizados en muchas ocasiones al modo de una crítica “externa”, en dos sentidos: sobre la base de un corpus teórico ajeno en muchas ocasiones al lenguaje nativo, hechos por foráneos o extranjeros que llegan y se van, no responsabilizándose en muchas ocasiones por el devenir de lo que ahí ocurre.

Como modo de tomar en consideración los problemas éticos y epistémicos que este tipo de gestos provoca, se ha venido proponiendo que nuestros trabajos etnográficos estén más bien centrados en producir formas de “crítica inmanente”, expresadas en el lenguaje nativo, intentando co-articular los problemas con los del campo para evocar nuevas soluciones (Marcus & Fischer, 1999); pero también se propone como alternativa “repensar la teoría etnográficamente”, no al modo de un nuevo naturalismo, sino intentando convertir los modos epistémicos presentes en nuestros objetos de investigación en aquello desde y con lo que construimos nuestros conceptos y teorizaciones, siempre contingentes y situadas (Henare, Holbraad & Wastell, 2007).

En suma, el campo, según Gupta y Ferguson (1997), se ha venido convirtiendo cada vez más en un “lugar político”, rompiendo con la vieja homología etnográfica entre “lugar geográfico” y “objeto o tema” que obligaba a dar cuenta del pueblo al que se iba a hacer trabajo de campo (siendo la etnografía un ejercicio de “inscribir o relatar un ethnos”, generándose, a su vez, teorizaciones prioritariamente sobre la base del modelo de la tribu o la comunidad). La propuesta de Gupta y Ferguson vendría a ser la re-construcción teórica y metodológica de nuestros objetos de investigación, explicitando la política de nuestras elecciones, así como politizando la forma en la que la llevamos a cabo (Amit, 2000): ya sea por la reflexión sobre la geografía y los modos de producción de conocimiento (esto es, la selección del lugar, el tema y el qué observar; los recortes sobre los materiales y su autoría; las instituciones que promueven y sancionan la veracidad de lo así dicho) como por el intento de que su resultado no sea necesariamente un mero producto académico.

Esto está llevando a la producción de relatos evocativos o detonadores de reflexiones y acciones que tienen por objetivo no sólo describir, sino generar debate sobre sus propias condiciones de producción –centrándose en las condiciones de la producción de verdad y sus limitaciones (Fassin y Bensa, 2008)-, que buscan intervenir o interferir en la obsesión analógica/totalizante del trabajo de campo al modo naturalista (Strathern, 2004), reivindicando la explicitación de los métodos empleados, sus huecos, la parcialidad de su tarea, sus recortes y alteridades –así como su violencia- como algo constitutivo al ejercicio epistémico y político implicado en todo acto de “dar cuenta de” (para una buena intervención en estos debates, véase el texto de Marrero, 2008).

Han corrido ríos de tinta sobre estas cuestiones y no pudiera pretender resumir más que brevemente algunas de sus tensiones. En este escrito, sin embargo, quisiera introducir y animar una reflexión en torno a la promesa metodológica, epistémica y política de uno de los aspectos que han ido ganando más relevancia frente a esta recurrente crisis sobre la producción de conocimiento en la etnografía: el estallido de “la colaboración” como campo experimental de producción de conocimiento y como lugar para dirimir qué se puede decir y cómo, así como quién puede decirlo…

2. El estallido de la colaboración etnográfica y la promesa de una etnografía más abierta/en abierto

 “La colaboración”, por tanto, se nos aparece como nuevo tropo etnográfico a partir del que se está produciendo una de las renovaciones metodológicas más interesantes en este horizonte de crisis: ya sea como tema (las nuevas formas colaborativas del mundo contemporáneo) o como nuevo objeto metodológico de la etnografía (las nuevas formas de colaboración con las personas y colectivos “con los que” investigamos), en tanto que pone el foco prioritariamente en la intervención sobre los formatos de la voz, la autoridad y la autoría etnográfica.

Como comenta con profusión Annelise Riles (2013), la colaboración no es, ni mucho menos, algo nuevo en la etnografía –véase los ejemplos y dilemas éticos planteados por Ruby (1992) en el ámbito de la antropología visual y el documental–, como tampoco lo es en la investigación social (véase el post de Sergi Fàbregues). Pero sí pudiéramos decir que existen situaciones y dinámicas contemporáneas que están produciendo transformaciones colaborativas profundas en el modo de producción contemporánea del conocimiento, que contienen tanto promesas como nuevas condiciones problemáticas sobre cómo llevar a cabo nuestra tarea etnográfica. Buena prueba de esta renovada esperanza depositada en la colaboración son las diferentes contribuciones que inauguraban la interesante revista Collaborative Anthropologies (véase Cook, 2008; Field, 2008; Fluehr-Lobban, 2008; Holmes & Marcus, 2008a; Peacock, 2008; Rappaport, 2008; Reddy, 2008; Schensul, Berg, & Williamson, 2008).

Una de las transformaciones innegables de las que debiéramos dar cuenta sería el estallido del uso de innumerables plataformas digitales para el trabajo colaborativo como nueva infraestructura para el desarrollo de la colaboración etnográfica. De hecho, estas plataformas están siendo analizadas y empleadas en algunos proyectos etnográficos contemporáneos –cómo el trabajo de Kelty et al. (2009) sobre la participación en internet, o el trabajo de Fortun (2012) sobre el asma–, en la medida en que permiten probar y componer diferentes modalidades de la colaboración (Fish et al., 2011), o por emplear las palabras de Adolfo Estalella, en su curso impartido hace escasos días, porque quizá estos métodos y medios digitales nos permitan testear “nuevos prototipos para la investigación social” (métodos siempre en ß, como las versiones del software libre).

Sin duda, la transformación y las posibilidades que estas plataformas digitales pueden ser enormes (para una reflexión más detallada sobre el contenido y el método de estas cuestiones, véase Estalella, 2011): no ya sólo porque estas plataformas pueden llegar a permitir una reconfiguración de la división del trabajo epistémico –más allá de la que distingue o separa a investigadores, de un lado, y sujetos de la investigación, a otro–, permitiendo de diferentes modos la implicación epistémica y la autoría a las propias comunidades con las que se investiga, sino porque también se sitúan en la encrucijada de la economía política del conocimiento contemporánea. Una economía política del conocimiento que afecta no ya sólo a los modos de colaboración o participación, sino que puede llegar a alterar profundamente los modos y los medios en que se registra, documenta y hace circular la información relevante para una indagación, por no hablar de la articulación de formatos de autoría, así como los formatos de sanción de la verdad ahí producidos (más allá de las sanciones puramente disciplinares).

Estas nuevas plataformas digitales colaborativas han generado en algunas personas el interés de llevar a cabo lo que podríamos llamar una etnografía “más abierta” o “más en abierto” (a more open ethnography; nótese que se plantea como una cuestión de grado, no como la posibilidad de una apertura total), puesto que quizá permitan un incremento de la trazabilidad/transparencia/visibilidad de los contenidos y medios a partir de los que pensamos, pero también porque posibilitarían una apertura de las capturas digitales y de ciertos materiales etnográficas para su reinterpretación colectiva: esta es la razón por la que por ellas se hace circular un ideal ético-político de producción colaborativa y en abierto del conocimiento, abriendo la investigación a escrutinio, pero no necesariamente o no sólo de sus materiales (porque habrá algunos que no puedan abrirse), sino de su proceso de articulación; una etnografía que se coloque en un lugar visible, que no esconda su proceso de producción, que busque una suerte de permanente ‘objetivación participante’ (Bourdieu, 2003): una objetivación, una explicitación de los modos en que producimos conocimiento, pero objetivando a su vez los modos e infraestructuras de las que nos dotamos para pensar colaborativamente. Un formato que permitiría que más gente pudiera interpelarnos e intervenir en nuestros procesos de indagación y de pensamiento que introducen, a su vez, nuevos problemas, dilemas y retos éticos (como el creciente registro, localización y trazabilidad de informantes en situaciones problemáticas o comprometidas).

“Lo digital”, por tanto, se nos aparece como un lugar de exploración y de observación, en tanto y en cuanto puede estar siendo el lugar de la más profunda “reconfiguración e innovación de nuestros métodos” (Lury & Wakeford, 2012; Marres, 2012; Ruppert, Law & Savage, 2013). Tal y como lo muestran las innumerables reflexiones sobree el código abierto y la propiedad intelectual de muchas de estas plataformas, con todo el sinfín de discusiones sobre el control y la circulación de la información y de las infraestructuras informacionales que abren (Kelty, 2013; Coleman, 2013), nos hablan de un vector prometedor, pero también de un nuevo lugar comprometido para el desarrollo de nuestras formas etnográficas colaborativas… Sin olvidarnos de las trampas y los agujeros negros de la colaboración, o los compromisos ante los que nos sitúan los fines “extractivos” desarrollados por algunos formatos corporativos (Riles, 2013).

En cualquier caso, esta alteración profunda en el “cómo” y en el “quién” de lo empírico permitida por estas nuevas infraestructuras para la colaboración epistémica no supone necesariamente que las personas formadas en las ciencias sociales dejen de tener importancia, que su entrenamiento y sus prácticas no sean relevantes para la producción de un discurso riguroso y comprometido sobre el mundo, pero que no sólo lo pueden ser “porque sí” y menos “por encima de” las personas sobre, acerca de, junto con las que habla o reporta (más aún cuando las propias infraestructuras de las que nos dotamos para explorar e indagar colaborativamente están llevando a que se distribuyan, valoren y visibilicen las tareas de las que hace gala los etnógrafos –el trabajo analítico e interpretativo, el trabajo documental- permitiendo una pluralización sin límites de los accounts y de los accountants). Pero tampoco suponen necesariamente que la única alternativa posible sea alinearse con la crítica a lo académico o científico tout court que se estila por parte de algunos científicos sociales militantes que, de una manera perfectamente comprensible y razonable, operan desde los márgenes, poniendo sus saberes y sus métodos al servicio de los colectivos desfavorecidos, los movimientos sociales o de grupos subalternos.

Creo que más bien nos situamos ante un horizonte donde los límites entre lo académico y lo profano, entre lo epistémico y lo político pueden ser re-pensados experimentalmente a partir del empleo y exploración de diferentes modos/métodos de colaboración: ese el horizonte prometedor y comprometido (en los dos sentidos del término: de implicación activa y de situación de compromiso), que anima este breve escrito.

3. El reto de las situaciones ‘para-etnográficas’ para el desarrollo de una etnografía como colaboración/experimento

¿Qué puede querer decir experimentar en diferentes prácticas colaborativas? Si importamos al ámbito etnográfico (véase Sánchez Criado y Callén, 2013) las ideas sobre lo que para la filósofa de la ciencia Isabelle Stengers caracteriza la experimentación –en su caso en las ciencias experimentales- pudiéramos pensar que la principal novedad reside en montar situaciones (en su dimensión híbrida sociomaterial) para dotar a lo que en esa situación emerja del poder de dotarnos del poder de hablar y pensar de nuevas maneras; esto es, un montaje experimental de situaciones para generar “nuevas causas del pensamiento” (Stengers, 2006, 2010): el montaje experimental de dispositivos epistémicos siempre abiertos a nuevas preguntas a partir de lo que ahí surge, basados en intentar advertir la novedad radical de cada forma de colaboración… (Harvey, 2008; Marcus, 2013).

Sin embargo, la preocupación por el desarrollo de estos formatos colaborativos para la etnografía quizá llegue tarde a la escena… O al menos a algunas de ellas. Pienso, por ejemplo, en la escena de las movilizaciones digitales ocurridas en torno a la cultura libre en el estado español (por no hablar de lo ocurrido en el 15M), donde a mi juicio en los últimos años se ha venido viviendo un verdadero estallido de distintas “comunidades epistémicas experimentales”, que han venido desarrollando e implementando los más diversos métodos y dispositivos colaborativos de experimentación epistémica dirigidos a los más diversos objetos/temas de análisis… hibridando en innumerables ocasiones la exploración científica y la investigación militante (Lafuente, Alonso & Rodríguez, 2013). Un sinfín de grupos o colectivos que han venido rompiendo con los modos tradicionales de investigar y de hacer comunidad, experimentando radicalmente con formatos de colaboración epistémica digital para dotarse de medios compartidos para una exploración colectiva en la que no se termina como se empezó, donde las categorías analíticas son permanentemente puestas en duda, como parte de un ejercicio de “pensar(se)”; pero también donde sus formatos de colaboración no quedan indemnes del ejercicio experimental, como parte de un trabajo permanente de “componer(se)” –siendo uno de los mejores casos para pensar en ello el propio Foro de Vida Independiente y Divertad, una “red de conocimiento emancipador“, en palabras de Antonio Centeno-.

La colaboración etnográfica con estas “comunidades epistémicas experimentales” creo que nos sitúa de una forma específica ante el reto de lo que Holmes y Marcus (2005, 2008b) han venido denominando situaciones “para-etnográficas”: aquellas en las que estamos investigando en entornos con sujetos altamente reflexivos sobre sus propias prácticas, empleando en muchas ocasiones el uso de prácticas, modos, métodos de registro y pensamiento muy similares a los de la propia etnografía, reclamando para sí en ocasiones el monopolio de las interpretaciones sobre sus prácticas. Imaginemos entornos científicos, corporativos o de saberes expertos (como espacios institucionales financieros o empresariales), pero también contextos artísticos o activistas, donde nuestra práctica de investigación etnográfica es permanentemente interpelada como práctica epistémica: ya sea porque el monopolio de la verdad “reside en” nuestros informantes (que no tolerarían o no estarían interesados en considerar ni tan siquiera nuestras interpretaciones, a menos que fueran parte de la propia comunidad), o porque son ellas o ellos el vector de la experimentación y la colaboración (Estalella y Corsín, en prensa; Calzadilla & Marcus, 2006), empleando con sutileza innumerables herramientas y estrategias para la colaboración epistémica para las que en ocasiones no somos más que unos ineptos.

Este tipo de contextos para-etnográficos hacen visible o más explícita una tensión específica sobre la producción de verdad que recorre en estos contextos colaborativos/experimentales contemporáneos. ¿Qué puede querer decir experimentar con la colaboración etnográfica en estos contextos? ¿Qué sentido puede tener en ellos querer proponer una redistribución de la etnografía –una redistribución de la experticia, de los modos de producir conocimiento, de los procedimientos de documentar, de la construcción de preguntas a partir de ciertos cuerpos disciplinares y de preguntas encontradas en el campo– más allá de la academia, convirtiéndola quizá en una herramienta “de código libre”? ¿De qué manera montar nuevas situaciones para pensar colaborativamente en ese tipo de espacios? Y, de forma más importante, ¿cómo experimentar con la colaboración puede ser  un modo de hacer crecer otros formatos para la etnografía?

Quizá el encuentro etnográfico colaborativo como lugar de la experimentación implique una transformación de qué hacemos junto con la gente y cómo, así como en el tipo de productos que tiene sentido que desarrollemos a partir de ello, lo que abre ante nosotros no ya sólo una vía de exploración sobre cómo desarrollar formatos colaborativos, sino de colaboración en la experimentación; siendo el principal reto para ello no sólo emular formatos y métodos de otras prácticas, sino la búsqueda y prueba de un método propio para cada indagación (Riles, 2013), dotándonos de los espacios, tiempos e infraestructuras necesarias para ello. En cualquier caso, sólo una reflexión atenta sobre la práctica con estos nuevos formatos de etnografía como “colaboración/experimento” podrán hacernos ver qué nuevos caminos y limitaciones empíricas puede haber o pueden plantearse para el desarrollo de una etnografía que pudiera ser “más abierta” y “comprometida”…

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